La Biblia, la Tradición y la Iglesia
“En donde está la Iglesia”, dice San Ireneo, “allí está también el Espíritu de Dios, y en donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda la Gracia, y el Espíritu es la verdad”.
Las Santas Escrituras no nos pueden guiar solas en el camino de la salvación, en primer lugar, porque no nos fueron dadas desde el principio, y en segundo lugar, porque cuando nos fueron dadas, no eran la única autoridad en este sentido, porque antes de ellas —y después simultáneamente con ellas— tuvimos a la Santa Tradición, en el hogar siempre encendido de la comunidad religiosa o de la Iglesia. Antes de que Moisés escribiera los primeros libros del Antiguo Testamento, existía una devoción religiosa comunitaria, aún más antigua que la de los Patriarcas. Los libros del Nuevo Testamento empezaron a aparecer después de más de una década de la fundación de la Iglesia. De hecho, surgieron en el seno de la Iglesia. Y fue la misma Iglesia la que eligió los libros inspirados en el siglo I d. C. La Iglesia es la autoridad que decide en este aspecto, al igual que en lo concerniente a la interpretación de los textos bíblicos. Ella “es la columna y el cimiento de la verdad” (I Timoteo 3,15); ella tiene “el canon inalterable de la verdad”. En ella obra el Espíritu Santo, para la conservación impoluta de la verdad salvadora. “En donde está la Iglesia”, dice San Ireneo, “allí está también el Espíritu de Dios, y en donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda la Gracia, y el Espíritu es la verdad”. Esta es la razón por la cual la Biblia no puede, por sí misma, conducirnos por el camino de la salvación, sino solamente en la Iglesia, junto con la Santa Tradición.
(Traducido de: Despre Sfânta Scriptură, Credința ortodoxă, Ed. Doxologia, Iași, 2009, p. 6