La casa de Dios
Del mismo modo en que no cualquier pan es el Cuerpo de Cristo, no cualquier casa puede ser iglesia.
La iglesia (entendida como lugar físico) siempre ha sido considerada la “casa de Dios” (III Reyes 8, 29; Jeremías 7, 11; Marcos 11, 17; Mateo 21, 13; Lucas 19, 46), no una simple casa de oración en la cual los feligreses rezan y escuchan una homilía. La iglesia es, entonces, la “casa de Dios”, el lugar donde obra Cristo, por medio del Espíritu Santo, inseparable del Padre, como Él Mismo dice: “¿No sabíais que Yo debía estar en la casa de Mi Padre?” (Lucas 2, 49). La presencia de los cristianos en la iglesia es la respuesta a la presencia, la obra y la invitación de Cristo: “Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados…” (Mateo 11, 28); “Venid, benditos de Mi Padre, y heredad el Reino preparado para vosotros…” (Mateo 25, 34).
En consecuencia, del mismo modo en que no cualquier pan es el Cuerpo de Cristo, no cualquier casa puede ser iglesia. Por eso, quien entra en a la iglesia o pasa frente a ella, se persigna y hace una reverencia, porque está entrando o pasando junto a la casa donde Dios mora y obra de manera inefable.
(Traducido de: Vasile Răducă, Ghidul creștinului ortodox, Editura Humanitas Practic, p. 48)