La causa de todos los males es la falta de amor
“Con tristeza puedo comprobar que esta lucha deja más muertos que las peores guerras, de tal suerte que el mismo nombre de cristiano ha dejado de tener sentido...”
La causa de todos los males es la falta de amor. El juzgar y condenar a los demás, la avaricia, la estafa, los timos, la astucia, los actos más perversos, el miedo, las injusticias, los falsos testimonios... todo esto ocurre precisamente por nuestra falta de amor. Los caprichos, las maldades, la impaciencia y el desamor “trabajan” sistemáticamente, con tal de llenar de ansiedad el alma para siempre.
Hace mucho tiempo, el mayor predicador que ha existido, San Juan Crisóstomo, describiendo este estado de los cristianos, decía: “No encuentro palabras de dolor para semejante tragedia, en la que cada hombre se alza en contra del otro, devorándose recíprocamente, unos por dinero, otros buscando honores, en tanto que otros se insultan y se humillan, provocándose terriibles heridas. Con tristeza puedo comprobar que esta lucha deja más muertos que las peores guerras, de tal suerte que el mismo nombre de cristiano ha dejado de tener sentido”. No considero las palabras de San Juan una simple figura de estilo, retórica, sino que, al contrario, me parece que describen perfectamente lo que pasa en nuestros tiempos.
Ante la ausencia de generosidad espiritual, se han enseñoreado la venganza y el revanchismo, de manera que, a día de hoy, son incontables las guerras y transtornos en el seno de un mismo pueblo. En esta clase de guerras, que es muy particular, matando a los demás, te matas también a ti mismo, e hiriendo a otros te hieres a ti también. “No golpees”, dice San Juan Crisóstomo, “a aquel que ha sido golpeado por las pasiones”. ¡La “sanación” de éste vendrá solamente mediante una discreta tolerancia y el amor al amor, la verdad y la paz!
Todo esto que acabo de mencionar no constituye un “manual” espiritual. Al contrario, saludo desde el corazón al hombre cerrado en sí mismo, temeroso y lleno de ansiedad, que, a pesar de todo, sigue buscando la serenidad. Mucho me alegraría si consiguiera, no convencer a cada uno de ustedes, sino al menos hacerles ver cómo el pobre encuentra consuelo en su pobreza, cómo el rico halla seguridad en su riqueza, cómo el maestro aprende también cuando instruye a otros, cómo el obrero, a menudo, es más feliz que su mismo patrón. Lo que quiero decir es que no podríamos librarnos de la ansiedad volcando las estructuras sociales. No hallaremos la paz transformando nuestro barrio, los medios de transporte conocidos, las vestimentas que usamos o a nuestro compañero o compañera de vida. No, la paz y la ansiada apacibilidad son frutos de una conciencia tranquila, la ayuda mutua y el diálogo constructivo. En estas condiciones, los peores males son el distanciamiento, la petrificación, la incomprensión y la marginación. En verdad, ¿cómo no habría de mandar la ansiedad, cuando el orgullo y la envidia “trabajan” tan bien en conjunto?
(Traducido de: Monahul Moise Aghioritul, Tristeţea anxietăţii şi bucuria nădejdii, Editura Sophia, p. 59-61)