Palabras de espiritualidad

La ceguera de la maldad

  • Foto: Valentina Birgaoanu

    Foto: Valentina Birgaoanu

Aquí está lo trágico de la situación. El ciego obtuvo la vista, y a los fariseos se les cerraron los ojos de tanta ira en contra de él y de Jesús. Un espíritu inmundo sujetaba sus corazones para que no pudieran reconocer a Jesús y se iluminaran los ojos de sus almas.

«Ellos le llenaron de injurias y le dijeron: “Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es”». (Juan 9, 28-29)

Ante esa argucia, creada por los prejuicios existentes en las cabezas de los fariseos, que les impedía reconocer de dónde venía Jesús, el hombre que obtuvo la vista del cuerpo, con su testimonio recibe también la visión del alma. Por eso es que tenemos la oportunidad de escuchar de su boca una de las declaraciones más hermosas del Evangelio: «Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada».

¡En eso consiste la fe! Esa era la fe, fuerte como una montaña, de este nuevo misionero de Jesús. Luego, viendo que no podían obtener nada de él, los fariseos lo insultaron: ¿cómo era posible que un pecador se atreviera a darles lecciones a ellos, que eran justos, sobre los misterios de Dios? Y lo echaron del lugar.

Y aquí está lo trágico de la situación. El ciego obtuvo la vista, y a los fariseos se les cerraron los ojos de tanta ira en contra de él y de Jesús. Un espíritu inmundo sujetaba sus corazones para que no pudieran reconocer a Jesús y se iluminaran los ojos de sus almas. Jesús sanó la ceguera física de los hombres, pero no pudo sanar la ceguera de la maldad. La ceguera de la maldad no tiene remedio… pero sí que tiene castigo.

(Traducido de: Părintele Arsenie BocaCuvinte vii, Ed. Charisma, Deva, 2006, p. 95)