La comida, motivo de comunión entre las personas
Actualmente, el momento de comer se ha convertido —es triste reconocerlo— en uno como cualquier otro, consumado a gran velocidad. Desde la misma preparación de los alimentos, ejecutada cada vez en el menor tiempo posible. Hemos olvidado situar el momento de comer en la zona del diálogo entre personas y lo hemos transformado en un acto meramente egoísta, con el cual satisfacemos estrictamente una simple necesidad del cuerpo.
Encuentro y vínculo con nuestros semejantes.
Comer con alguien, compartir con él la comida y la bebida, dice mucho de nuestra relación con esa persona. La mesa, con los alimentos servidos en ella, se convierte en ocasión para el encuentro, la comunicación, para discutir y concretar planes y proyectos. La gama de motivaciones que rodean ese encuentro comunicativo es muy grande, desde las obligaciones protocolarias, hasta el placer de la amistad.
Alimentar a los pobres, alimentar a tu semejante hambriento, son mandamientos de Dios (Mateo 25, 34-46), una modalidad de ganar la vida eterna. El cristiano está llamado a alimentar a su hermano o a participar de su mesa, compartir el pan con él y extenderle la copa. Este es el ejemplo de Cristo, Quien se entregó, en sacrificio, en Cuerpo y Sangre. Alimentar al otro es una forma de preservarle la vida. Ciertamente, alimentar a los que no tienen qué comer es una causa de felicidad (Mateo 25, 34-40). Omitir este deber, es, al contrario, motivo de condenación (Mateo 25, 41-46, Lucas 16, 19-31).
La comida acompaña significativamente las fiestas y los más grandes momentos de “tránsito” (el nacimiento, el casamiento, la muerte, que conllevan reuniones, de acuerdo a lo usual). El sitio de una fiesta en la jerarquía de las festividades comunitarias o personales determina, a menudo, la abundancia de la mesa que habrá de servirse (en cuanto lo que se dará de comer y a quiénes participarán de ella).
(Traducido de: Costion Nicolescu, Mic tratat de iubire, urmat de alte iubitoare studii și eseuri, Editura Doxologia, Iași, 2012, p. 165)