Palabras de espiritualidad

La “comunión espiritual con Cristo”, según San Nicodemo el Hagiorita. Un consuelo para estos tiempos de aflicción

    • Foto: Oana Nechifor

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Este comulgar en Cristo es una preparación para recibir la Santa Comunión, es decir, a nuestro Señor Jesucristo bajo la forma del Pan y el Vino transformados en Su Cuerpo y Sangre, en el marco de la Divina Liturgia. Es una preparación que sensibiliza el alma del cristiano para la participación —cuando los tiempos sean favorables y el confesor se lo permita—, en la Cena del Señor: la Santa y Divina Eucaristía, para su salud física y salvación espiritual.

Talvez no es accidental que los Santos Padres hayan comparado a la Iglesia con una nave y la vida con el mar. Este mar nunca fue demasiado tranquilo, porque, a lo largo de la historia del cristianismo, fuertes olas han azotado a la Iglesia, a veces desde un lado, a veces desde el otro, buscando siempre la forma de hundirla. La opresión y las persecuciones, las herejías y las apostasías... todo eso ha golpeado cruelmente el cuerpo de la Iglesia, buscando desgarrar la “camisa de Cristo”. Sin embargo, teniendo a nuestro Señor como Capitán, ella ha logrado sortear las olas más altas y pavorosas, en su camino al bendito puerto de la salvación.

Semejante agitación es sensible en la actualidad, cuando hacemos frente a una pandemia que cada vez se cobra más víctimas en todo el mundo, al igual que en nuestro país, afectándonos a todos a nivel físico, psíquico y moral. No conocemos aún las verdaderas dimensiones de toda esta turbación. Ni siquiera sabemos cómo celebraremos la “Fiesta de las Fiestas”, la Resurrección del Señor, ni cómo vamos a llevar a nuestras casas y a nuestras familias la Luz Pascual.

La Divina Liturgia, que, por su misma denominación, es una obra o un servicio para el pueblo, es celebrada hoy en día únicamente por el sacerdote, en compañía de una o dos personas a lo sumo. La Confesión y la Comunión se ofrecen solamente en situaciones excepcionales. Por esta razón y especialmente en estos momentos, cuando el hombre entiende su limitación personal y también la de la medicina, su esperanza debe dirigirse a Dios, el Padre Celestial. Un sabio dicho nos recuerda que “sólo las experiencias que nos causan dolor pueden educarnos”.

Los efectos globales, personales, sanitarios y sociales de esta crisis los veremos más tarde. Hoy lo que corresponde es dar muestras de lucidez y discernimiento, de una fe poderosa y de oración, con nuestra esperanza puesta en la misericordia y el auxilio de Dios.

Una de las causas de la tristeza de los buenos cristianos es la prohibición de participar, de forma personal, física y real, en la Divina Liturgia, de acercarse a la Confesión —que está permitida sólo en csaos especiales— y, en consecuencia, de recibir a Cristo en la Eucaristía.

En lo que respecta a la prohibición de participar en los oficios litúrgicos, el consejo de tratar de transformar nuestra propia familia en una “pequeña iglesia” o en un “altar” de oración, pidiendo todos por la paz y la salud de cada una de nuestras familias, nos ofrece un cierto consuelo.

Para los que buscan, en estos tiempos de prueba, una respuesta y auxilio por parte de la Iglesia —un consejo espiritual para volver a la calma y la serenidad— es muy útil el conocimiento de las recomendaciones de algunos de los Santos Padres normativos para nuestra fe y espiritualidad, atinentes a los modos, los niveles o los grados de nuestra comunión con Cristo.

Uno de ellos es San Nicodemo el Hagiorita (1749-1809). Como su mismo nombre lo indica, vivió en el Santo Monte Athos, el “Jardín de la Madre del Señor” y bastión de la fe ortodoxa. Él fue quien editó la Filocalia (Venecia, 1872), verdadero tesoro de los textos de los Santos Padres del discernimiento y la lucidez, que “nos enseñan cómo el hombre se puede purificar, iluminar y perfeccionar”. (...)

En su obra “La guerra invisible”, San Nicodemo habla de cierta “comunión espiritual y mental”. Por medio del Sacramento de la Eucaristía, comulgamos con el Cuerpo y la Sangre del Señor, para sanar de cuerpo y alma, para el perdón de nuestros pecados y por nuestra propia salvación. Sin embargo, de acuerdo a San Nicodemo, podemos comulgar con Cristo “a cualquier hora y en cualquier minuto, con el cumplimiento de las virtudes y los mandamientos, y fundamentalmente practicando la oración, sobre todo la que se hace con la mente[1].

San Diadoco de Fótice nos enseña que “Cristo se halla oculto en Sus mandamientos”, y que la forma de descubrirlo es cumpliéndolos. San Nicodemo agrega: “El que practica una virtud o cumple algún mandamiento recibe en ese momento, en su alma, al Señor que está oculto en ellos, porque Él dispuso vivir con el Padre en aquel que cumpla con Sus mandamientos[2].

Sobre esta forma de comulgar y unirnos con Cristo, San Nicodemo dice que “ninguna criatura podría quitárnosla, sino únicamente nuestra propia dejadez o cualquier otro error” [3]. Esta comunión es “tan fructífera y agradable a Dios, que avantaja a muchas comuniones místicas recibidas sin merecemiento” [4].

En lo que respecta a la preparación y realización de esta comunión mental y espiritual, San Nicodemo señala que es útil prepararnos para ella una noche antes, con nuestro esfuerzo ascético y templanza, recordando nuestros pecados y también la misericordia de Dios. “La noche previa debes proponerte un programa de severa austeridad, de práctica de las virtudes y cualquier otra cosa que sea útil para este propósito, es decir, recibir espiritualmente al Señor[5].

¿Cómo prepararse para esa comunión mental?”, continúa el Santo Padre. “Primero, vuelte tu pensamiento hacia Dios. Después, dirige un poco tu mirada a tus pecados y también a Dios. Entristécete por el pesar que le has provocado a Él y, con toda fe y humildad, pídele que acepte venir a tu pobre alma, con una nueva Gracia, para sanarla y fortalecerla en contra de los enemigos” [6].

Otras formas de preparar ese acercamiento místico con Cristo pueden ser: la lectura de la Santa Escritura, que es la “Palabra de Dios”, y de las obras de los Santos Padres. Podemos agregar la participación en espíritu, aún valiéndonos de los medios que la tecnología actual nos ofrece, en los oficios litúrgicos. También es importante alimentarnos con las palabras de los grandes padres espirituales de la Iglesia y, de modo general, cualquier acción realizada en pos de la salvación personal y al servicio de nuestros semejantes, para gloria de nuestro Misericordioso Dios.

Este comulgar en Cristo es una preparación para recibir la Santa Comunión, es decir, a nuestro Señor Jesucristo bajo la forma del Pan y el Vino transformados en Su Cuerpo y Sangre, en el marco de la Divina Liturgia. Es una preparación que sensibiliza el alma del cristiano para la participación —cuando los tiempos sean favorables y el confesor se lo permita—, en la Cena del Señor: la Santa y Divina Eucaristía, para su salud física y salvación espiritual.

En tiempos de prueba y aflicción, intentemos comulgar con la mayor frecuencia que nos sea posible, con el alma y la mente lo más puras que podamos, examinándonos a nosotros mismos con una profunda contrición. Asimismo, por medio de lecturas espirituales y la práctica de las virtudes, orando con fervor. Todo esto, con tal de hacernos dignos de comulgar, cuando los tiempos lo permitan, con el Mismo Cuerpo y la Misma Sangre del Señor, para que nuestro cuerpo sane y alcancemos la felicidad eterna.

[1] San Nicodemo el Hagiorita, Războiul nevăzut [La guerra invisible], Editura Bunavestire, Bacău, 2001, p. 177

[2] Ibidem, p. 177

[3] Ibidem, p. 178

[4] Ibidem

[5] Ibidem

[6] Ibidem