La conciencia y los mandamientos de Dios
Si estuvieras en medio de un combate, ¿podrías decir que no quieres luchar? ¡Sin duda, no! Si sientes esa exhortación espiritual, si los mandamientos de Dios piden nuestro denuedo, ¿cómo podrías decir que no quieres luchar y que es mejor dejarse vencer por el enemigo? ¡Qué vergüenza!
«... Nunca seas indulgente con tus pasiones. Me hablas del ladrón que robó porque no tenía qué comer. Su misma necesidad natural no disculpa su acción. Luego, sé severo contigo mismo. Recuerda: cada concesión que hacemos a las pasiones mata la pureza de nuestro sentimiento moral. La conciencia, esa ley moral celestial que está grabada en nuestro corazón, se atrofia y se queda sin voz si no escuchamos sus reprimendas, si hacemos cosas que se oponen a las amonestaciones que con justicia nos hace.
¿Qué clase de palabras son esas de “quiero o no quiero”? No son más que palabras vacías, cuando se trata de obedecer la ley esencial de la salvación del alma. En vez de querer o no querer, lo que debemos seguir es el mandamiento de Dios, Su voluntad, que nos lleva a la vida eterna. Si estuvieras en medio de un combate, ¿podrías decir que no quieres luchar? ¡Sin duda, no! Si sientes esa exhortación espiritual, si los mandamientos de Dios piden nuestro denuedo, ¿cómo podrías decir que no quieres luchar y que es mejor dejarse vencer por el enemigo? ¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza, en esta vida, para aquel que debilite tanto su voluntad, hasta llegar a semejante estado! Y, después de morir, el alma sufrirá una vergüenza aún mayor, cuando todos sus actos y pensamientos sean evidenciados. Debemos pedirle y suplicarle a Dios que fortalezca nuestra voluntad, de manera que podamos oponernos efectivamente a los pensamientos viciosos, para dirigir todas nuestras fuerzas, esperanzas y anhelos espirituales hacia objetivos mayores, santos y nobles». (Madre Arsenia Sebriakova)