Palabras de espiritualidad

La confesión de fe: invaluable y vital

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

También en los primeros siglos del cristianismo hubo cristianos que se bautizaban a escondidas, haciendo que los demás creyeran que no eran cristianos. Sin embargo, cuando era necesario, daban testimonio de Cristo Dios.

Actualmente la mayoría quisiera que sean otros quienes saquen la serpiente de la zanja. Está bien que no la saquen ellos, pero al menos deberían avisar, “¡Atención, podría haber una serpiente allí dentro!”, para que los demás estén alerta. Pero ni siquiera esto hacen.

Si con nuestro racionalismo viviéramos en la época de los Mártires, seguramente declararíamos, “Renunciaré a Dios sólo exteriormente, aunque no en mi interior, porque únicamente así podré conseguir tal cargo y ayudar a los pobres”. Pero en esos tiempos, con sólo encender incienso a los ídolos, la Iglesia dejaba de comulgar a las personas. El que hacía algo así era puesto en el grupo de “los que lloran” (quienes permanecían a las puertas de la iglesia, pidiéndole a los fieles que entraban al templo, que oraran a Dios por ellos). Los que renunciaban a Cristo debían expiar su pecado por medio del martirio. O en la época de la iconoclasia, cuando a los cristianos se les ordenaba deshacerse de sus íconos, so pena de ser enviados a la hoguera, y muchos preferían morir antes que renunciar a sus íconos. Pero si a nosotros se nos pidiera arrojar alguno de nuestros íconos, casi seguramente responderíamos, “Está bien, tiremos éste, que es de estilo renacentista... ¡Después conseguiré uno mejor, bizantino!”.

Padre, ¿cómo recibe la Iglesia a los cristianos “ocultos”? ¿No renunciaron a Cristo?

—Los verdaderos cristianos “a escondidas” no renuncian a Cristo. Por ejemplo, de los veintisiete pueblos que pertenecían a la eparquía de Faras Capadocia, algunos huyeron lejos cuando los turcos empezaron a arrasarlos. Sucedió entonces que los habitantes de sus nuevos asentamientos no sabían que los recién venidos eran cristianos: al contrario, los creían musulmanes. Ni siquiera se presentó alguna situación en la que pudieran preguntarles, “¿Eres cristiano?”, para que respondieran, “Sí, soy cristiano”... o “No, soy musulmán”. Estos son los cristianos “ocultos”, “a escondidas”. Mas, en el momento en el que lo atrapen y le digan, “Sabemos que eres cristiano”, éste responderá, “Sí, lo soy”; nunca dirá que es musulmán. También en los primeros siglos del cristianismo hubo cristianos que se bautizaban a escondidas, haciendo que los demás creyeran que no eran cristianos. Sin embargo, cuando era necesario, daban testimonio de Cristo Dios. San Sebastián, por ejemplo, quien fue un general del ejército, se bautizó cristiano, aunque todos creían que seguía siendo un idólatra. Y así ayudó muchísimo, a escondidas, a los cristianos. Pero cuando los otros se dieron cuenta que era cristiano, él así lo confesó y murió como mártir.

En una aldea turca vivían muchos cristianos a escondidas y el alcalde del lugar era un sacerdote que se llamaba Padre Jorge, aunque la gente le decía “Hasan”. Cierta vez, unas personas vinieron a buscarlo, informándole que, en cierto lugar, en una catacumba, se escondían varios cristianos. “Iré a ver inmediatamente”, les respondió, “estén tranquilos”. Llamó a algunos de sus hombres y partió al lugar que se le indicara. Al llegar, efectivamente encontró a varios cristianos orando. Entonces, avanzó hacia las Puertas Reales, tomó la estola y comenzó a oficiar las Vísperas. Al terminar, aconsejó a los cristianos allí reunidos: “Sean precavidos”. Y al salir, se dirigió a los turcos que le esperaban fuera, con estas palabras: “No era nada, tan sólo rumores”. Esto no es renunciar a la fe. Pero desde el momento en que le digo a alguien, “Hey, te he visto persignarte, eres cristiano”, y él me responde, “No, yo soy musulmán”, entonces, en ese momento está renunciando a Cristo.

(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovnicești. Volumul II. Trezvie duhovnicească, traducere de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, ediția aII-a, Editura Evanghelismos, București, 2011, pp. 253-255)