La consanguinidad no es lo más importante, sino la fraternidad espiritual
Al que no hace la voluntad de Dios, en nada le ayuda ser pariente de alguien que haya tenido una vida santa. Porque no podemos ser hermanos de Cristo, en el Espíritu Santo, si no tenemos una vida trabajada en la virtud.
Por ejemplo, en Cafarnaún, María, acompañada de los hijos e hijas que José tenía de su primer matrimonio, llamados génericamente por el narrador “los hermanos y hermanas de Jesús” (Marcos 3, 31-32), le hizo llamar, anunciándole que le esperaban fuera. Entonces, Jesús, viendo a los que le rodeaban, algo indignado por la distracción que esto representaba a sus oyentes y no por el hecho que fuera molestado, dijo, “He aquí Mi madre y Mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ése es Mi hermano, Mi hermana y Mi madre” (Marcos 3, 33-35).
De lo anterior podemos concluir que al que no hace la voluntad de Dios, en nada le ayuda ser pariente de alguien que haya tenido una vida santa. Porque no podemos ser hermanos de Cristo, en el Espíritu Santo, si no tenemos una vida trabajada en la virtud. El cumplir con los mandamientos es preferiblemente un parentesco físico. ¡Porque nadie pudo cumplir de mejor manera con la voluntad de Dios, que la Virgen María! Así se explica el hecho que aquella mujer de la muchedumbre, elogiándolo por la prédica, exaltó también a Su Madre, diciéndole: “Dichoso el vientre que te llevó y los senos que te amamantaron!” (Lucas 11, 27). Al escuchar estas palabras, Él no sólo no las negó, sino que fortaleció aquella afirmación, diciendo, “Así es...” (Lucas 11, 28).
(Traducido de: Calinic Botoșăneanul, Episcop-Vicar al Arhiepiscopiei Iașilor, Maica Domnului în lumina Sfintei Scripturi și a Sfintei Tradiții – O sinteză pentru omul grăbit, Editura Pars Pro Toto, Iași, 2014, pp. 23-24)