Palabras de espiritualidad

La contundente actualidad del mensaje y el ejemplo de Cristo, o cómo dialogar con alguien que se declara incrédulo

  • Foto: Constantin Comici

    Foto: Constantin Comici

Procuremos no entrar en polémicas con aquellos que no tienen un mínimo de honestidad y se empecinan en sostener ideas extremas, haciendo un ídolo de la “correctitud política” y cosas semejantes.

El primer acercamiento al tema, según el testimonio histórico más antiguo, es aquel que etiqueta a Dios como débil o demiurgo (también) del mal. “Si Dios existe, ¿por qué hay tanta maldad en el mundo? ¿Por qué hay niños que nacen con deformidades? ¿Cuál fue su falta, por qué tienen que sufrir tanto? ¿Por qué algunas personas, especialmente los niños, sufren abusos sin poder defenderse? ¿En dónde está Dios cuando tendría que venir a socorrerlos?”. Creo que todos conocemos esa clase de soflamas con prentensiones de preguntas retóricas. Cuando alguien me provoca con cuestiones como esas, he observado que no sirve demasiado recalcar que Dios respeta la libertad del hombre, que el mal no existe como el bien, sino que solamente en tanto se hace, que al mal no tiene cómo vencer… Lo que más pone en aprietos a mi interlocutor (o lo hace reflexionar, dependiendo de su honestidad) es pedirle que le dirija esas preguntas a Cristo Crucificado, a Aquel que, aunque se halla en la gloria del Padre, está y permanece en agonía, hasta el final de los tiempos, por nosotros (Blaise Pascal dixit). Si yo sufro algo, Él sufre infinitamente más por mí y conmigo. Luego, es justamente en Cristo Crucificado que podemos vencer cualquier sufrimiento, cualquier pecado.

La segunda actitud, promovida recientemente por la “correctitud política” del neo-marxismo, parece ser en el polo opuesto de la primera, pero tiene la misma finalidad: excluir a Dios de la vida del hombre. En pocas palabras, se parte de la verificación de ciertos límites humanos, absolutizándolos después con su uniformización. Se proclama la normalidad de cualquier opción. Aún más, se impone por medio de la ley (incluso a la fuerza) la aceptación inclusiva de determinados pecados muy graves, como si se trataran de simples variaciones del amor al que todos tenemos derecho. Hay algunas corrientes de opinión en los medios académicos occidentales, que llegan al punto de sostener que los pedófilos y los criminales no son, de hecho, sino “simples víctimas” de su naturaleza innata (“Born this way”). ¡Esa misma naturaleza que, Señor, es invariable!

La visión cristiana de estos asuntos es siempre la del camino del medio, el camino real. Esta trae consigo no solamente el optimismo escatológico, sino también la confianza de que, aquí y ahora, la naturaleza humana puede ser transfigurada, liberada de sus pasiones y deificada. Porque la última palabra no le pertenece ni al sufrimiento, ni a la injusticia, ni a la muerte. Porque precisamente en las peores circunstancias, hallándonos en el más oscuro de los infiernos, podemos encontrar a Dios y vencer al mal.

Dialogando desde hace más de treinta años en diversas emisiones de radio conservadoras, Dennis Prager, un publicista norteamericano, ha interactuado muchas veces con personas que niegan la existencia o la providencia de Dios. Inevitablemente, el diálogo llega al punto en el cual Prager pone a prueba la honestidad del que se declara ateo, preguntándole: “Cuando dices que Dios no existe, ¿esperas tener la razón o estar en un engaño? Si pudieras elegir, ¿elegirías que Dios exista o que no exista? ¿Que exista o no la Vida Eterna? ¿Desearías o no reencontrarte con tus seres queridos en una vida futura? ¿Qué preferirías?”. Si la respuesta a todas estas preguntas es un “no”, significa que la persona se está mintiendo a sí misma, que no es honesta. Porque, si Dios no existiera, todo terminaría con la muerte. Y creo que ningún ateo podría desear —hablando con la verdad—, desaparecer en la nada, para siempre. Esto significaría que estamos condenados a vivir en un mundo injusto, y el fin sería el mismo para todos, indiferentemente de si hicimos el bien o el mal. Tanto el criminal como su víctima terminarían de la misma manera. O que el que nació con una incapacidad física o en una pobreza extrema jamás podrá tener otra forma de vida. O que no hay ninguna diferencia esencial entre un hombre y una piedra que flota al azar en el espacio cósmico. ¡Qué desoladora es la simple perspectiva de la inexistencia de Dios! ¿Quién podría desear un mundo así? Bien, esto es en lo que creen y promueven los progresistas neo-marxistas.

Entonces, procuremos no entrar en polémicas con aquellos que no tienen un mínimo de honestidad y se empecinan en sostener ideas extremas, haciendo un ídolo de la “correctitud política” y cosas semejantes. En sus cerca de tres años de vida pública, el Señor conversó con toda clase de personas: tanto con aquel que esperaba el Reino de Dios, como con ese otro que, con ardides, intentaba provocarlo para “atraparlo con alguna palabra” (Lucas 20, 26).  Con todo, sabemos de dos situaciones en las que Cristo puso un firme punto final al diálogo. Cuando el demonio lo tentó en el desierto, ofreciéndole “todos los reinos del mundo” (Lucas 4, 8), y cuando Pedro intentó disuadirlo de dejarse crucificar (Mateo 16, 23). En ambas situaciones, el Señor utilizó la fórmula: “¡Apártate de mí, Satanás!”. Directo y sin más explicaciones. Una mentalidad “anticuada” es la de todo aquel que o busca la gloria de este mundo, considerada como la primera y última realidad, y también ese otro que, con el pretexto de la caridad y el amor, convence a otro de complacerse en su condición, para buscar el confort y el placer, y no el sacrificio. El progresista de hoy no es otro que el “retrógrado” de ayer. ¡Vaya progreso!