Palabras de espiritualidad

La conversión depende de cada uno

  • Foto: Stefan Cojocariu

    Foto: Stefan Cojocariu

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Lo que tenemos que hacer es acercarnos al Sacramento de la Confesión, con más humildad y mayor frecuencia, de manera que, con el auxilio de la Gracia de Dios y la conducción de nuestro padre espiritual, podamos llegar a eliminar todas esas pasiones.

La confesión es sincera solamente cuando viene acompañada de la firme determinación de no volver a cometer los mismos pecados, porque de lo contrario el hombre cumple lo que dice el Apóstol: “El perro vuelve a comer lo que había vomitado y el cerdo lavado vuelve a revolcarse en el cieno. Esto, sin embargo, no debe convertirse en un argumento para quienes dicen: “¿Para qué confesarme, si volveré a caer en el mismo pecado?”. Nuestra decisión de no repetir los mismos errores debe ser firme. Pero, debido a que las pasiones han sido sembradas en nuestra naturaleza caída, a la cual le agrada volver al pecado, es posible que por debilidad o falta de atención cometamos los mismos o incluso más y peores pecados.

Con todo, no debemos perder la esperanza de podernos enmendar; lo que tenemos que hacer es acercarnos al Sacramento de la Confesión, con más humildad y mayor frecuencia, de manera que, con el auxilio de la Gracia de Dios y la conducción de nuestro padre espiritual, podamos llegar a eliminar todas esas pasiones.

Reconfortante y esperanzador es el siguiente relato del Paterikón:

Un hermano le confesó al anciano Sisoes:

—He caído en pecado, padre. ¿Qué he de hacer ahora?

Levántate, le respondió el santo stárets con su sencillez de costumbre.

—Me he levantado, padre, pero otra vez he vuelto a caer en ese pecado maldito, dijo el monje, con tristeza.

—¿Y qué te impide levantarte otra vez?

—Pero... ¿hasta cuándo?

-—Hasta que la muerte te encuentre cayendo o levantándote. Acaso no está escrito: “¿Donde te encuentre, allí te juzgaré?”. Solamente pídele al Señor que te encuentre, al morir, levantándote en la santa contrición.

Por tal razón, llena de sabiduría, la experiencia patrística nos enseña que santo es aquel que siempre se levanta después de caer. Pero, paralelamente en este esfuerzo —y practicada con grandeza de alma—, tomemos como soporte para nuestro arrepentimiento la “Oración de Jesús”: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador.

(Traducido de: Arhim. Atanasie Anastasiu, Povățuire către pocăință, Editura Evanghelismos, p. 102-103)