La cruz de las injurias y calumnias
Todos los que han cargado esta pesadísima cruz se han hecho acreedores a una felicidad inconmensurable: “Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan contra vosotros toda suerte de calumnias por causa mía” (Mateo 5, 11).
La calumina es el más atroz espectro del odio y la maldad, el trauma más doloroso para quien la soporta. La calumina es el arma defensiva de la inferioridad. Ya que no puede cubrir su propia vacuidad y mezquindad, el hombre intenta oscurecer al que está en un lugar mejor que el suyo, creyendo que así podrá justificarse.
Por ser una artimaña mentirosa y astuta, constituye el peor trauma para quien la sufre. Con toda razón, el profeta David, hablando con Dios, dice: “Líbrame de la opresión de los hombres, y cumpliré Tus mandamientos” (Salmos 118, 134). El maligno conoce bien el tormento y el dolor que provoca esta maldad y la utiliza en contra de aquellos que lo combaten con ardor. Su propósito es terminar doblegando su paciencia. Incluso se atrevió a utilizar este ardid en contra de nuestro Señor, valiéndose de los fariseos.
En lo que respecta a su maldad y perfidia, la calumnia ocupa el primer lugar en el catálogo de las iniquidades. Sin embargo, también ocupa el primer lugar en el catálogo de la dignidad y de la vida virtuosa. ¿Por qué? Porque el provecho espiritual que ofrece, se traduce en una preciosísima recompensa para quienes demuestren su inmenso amor al sacrificio.
Solamente el don y la protección del amor divino pueden hacer más llevadera la carga de la injusticia de la calumina. El creyente debe guiarse por el ejemplo de nuestro Señor, Quien perdonó a esos que, sometidos al dominio del demonio, le hacían daño. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34). Todos los que han cargado esta pesadísima cruz se han hecho acreedores a una felicidad inconmensurable: “Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan contra vosotros toda suerte de calumnias por causa mía” (Mateo 5, 11).
En nuestra calidad de portadores y practicantes del amor, aceptemos y soportemos esta plaga del maligno, imitando en todo momento al Señor, sabedores de que “nuestra recompensa será grande en los Cielos” (Mateo 5, 12).
(Traducido de: Gheronda Iosif Vatopedinul, Dialoguri la Athos, Editura Doxologia, Iași, 2012, p. 43-44)