Padre, cuando hablamos de obras de teatro, o de cualquier espectáculo semejante, sabemos que los monjes no tienen nada que buscar allí. Pero ¿y los laicos?

—Depende de lo que estemos hablando. Hay cosas que puedes escuchar o ver sin que tengan consecuencias negativas en tu alma. Cuando yo era joven, solía asistir mucho al teatro; hoy en día, siendo monje, he renunciado a asistir a tales representaciones, porque no es apropiado para mí. Sin embargo, no estoy en contra de las cosas buenas. No tenemos que evitar las cosas per se; por ejemplo, no se trata de no ir al teatro porque sea un teatro, como no voy a un bar porque se trata de un bar.

Una vez, vino a verme un hombre y me dijo que estaba seguro de tener un demonio en el vientre, porque lo sentía moverse, y no sé qué otras cosas más… Yo le dije que ese no era un demonio. Pocos días después, volvió a buscarme para confesarse. Y me contó que había asistido a un espectáculo con mujeres desnudas. Entonces, le dije: “¡El demonio está en tu cabeza, no en tu vientre!”. Lo que quiero decir con esto es que hay cosas que pueden ser evitadas inmediatamente, y otras que pueden ser utilizadas sin ningún tipo de dudas.

¿Pero es pecado ir al teatro?

—No. Puedes ir a ver una buena representación, una ópera… o también puedes ir al cine, a ver una película que no contenga escenas impropias; también puedes buscar algo constructivo en la televisión. No se trata de llegar a los extremos. Claro que podemos utilizar todo lo bueno y hermoso que Dios creó. Si no quieres ir al teatro, no vayas, que nadie te obliga a ello, pero debes saber que te estás perdiendo una fuente de cultura, y no solo de cultura, sino también de ennoblecimiento.

(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Veniți de luați bucurie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2001, pp. 163-164)