La delicadeza del cristiano en el trato con sus semejantes
Los grandes ascetas saben que, por una tristeza causada a alguien, por un enfado — aun provocado inconscientemente—, Dios ya no recibe nuestra oración.
Ese “¡No quiero que (mi hermano) se enfade!” es un cimiento en la vida espiritual. Los grandes ascetas saben que, por una tristeza causada a alguien, por un enfado — aun provocado inconscientemente—, Dios ya no recibe nuestra oración. Por tal razón, ese cuidado de no enfadar o entristecer al otro es tan grande en los más experimentados en lo espiritual, que, cuando en cierta ocasión le preguntaron a San Pimeno cómo hay que proceder si vemos a nuestro hermano dormitando en la iglesia, él respondió: “Si yo viera que mi hermano ha empezado a quedarse dormido, pondría su cabeza sobre mis rodillas para que descanse”.
(Traducido de: Ierodiaconul Savatie Baștovoi, În căutarea aproapelui pierdut, Editura Marineasa, Timișoara, 2002, pp. 59-60)