Palabras de espiritualidad

La desesperanza y el suicidio

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

¡Dios ya no te perdonará, hombre! ¿Es que no ves que no puedes renunciar al cigarrillo, o a las mujeres, o a las maldiciones, o a la bebida, o al desenfreno, o a robar, o a la maldad, o a la mentira, o a la envidia y la astucia, o al remordimiento, o al deseo de venganza? ¿No ves que no puedes apartarte de nada de esto? ¡Ni Dios puede perdonarte ya!”.

El undécimo nivel del pecado es la desesperanza. Es el más peligroso de todos, ¿Qué dice el hombre cuando ve que no puede dejar de beber, o de caer en el desenfreno, o de dejarse llevar por la lujuria, o de robar, o de insultar, o de fumar, o de cualquier otra maldad, cayendo en la desesperanza, sabiendo que no puede controlarse? “¡Dios no me perdonará, porque no puedo dejar de pecar!”.

Esto constituye un peligro muy grande. Porque “¡No hay mayor mal ni más grave que la desesperanza!”. Por eso, se le dice al padre espiritual: “Escucha, tú, que eres un cazador de almas, un padre espiritual. Pondrás tu mayor esfuerzo en hacer volver primero las almas que se hallen en alguno de estos grados: la costumbre, el ardid y la desesperanza. La desesperanza está junto a la muerte”.

El hombre cae en el desánimo y dice: “¡Dios no me perdonará, si yo no puedo dejar de pecar!”. Ve que está cayendo, queriéndolo o sin quererlo, en el pecado, y se abandona al desaliento. Dice San Efrén el Sirio: “¡Oh, maldad del demonio! ¡Viendo al hombre acostumbrado al pecado, ahora le ataca con la espada de la desesperanza!”. Para cercenarle la esperanza en Dios.

Y, en verdad, le cercena la esperanza de salvación con esa espada: “¡Dios ya no te perdonará, hombre! ¿Es que no ves que no puedes renunciar al cigarrillo, o a las mujeres, o a las maldiciones, o a la bebida, o al desenfreno, o a robar, o a la maldad, o a la mentira, o a la envidia y la astucia, o al remordimiento, o al deseo de venganza? ¿No ves que no puedes apartarte de nada de esto? ¡Ni Dios puede perdonarte ya!”.

Y golpea al hombre con esa espada, la de la desesperanza, que es el pecado más terrible, porque significa dejar de esperar en la misericordia de Dios. Es un pecado en contra del Espíritu Santo. Esto ocurre en el undécimo nivel del pecado.

El siguiente nivel es el suicidio. En el duodécimo nivel ocurre lo que le pasó a Judas y Caín. Este último, cayendo en desesperanza, dijo: “¡Mi pecado es más grande que la posibilidad de ser perdonado!”. En vez de pedirle perdón a Dios, comenzó a discutir: “Caín, ¿en dónde está tu hermano Abel?”. “¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?”. En vez de decir: “¡Señor, he errado!”, comenzó a discutir.

Y Judas, cuando llegó al duodécimo nivel, ¿qué hizo? Cuando vio que Jesús había sido condenado a muerte, lleno de remordimiento, cayó en desesperanza y, tomando las monedas, fue y las arrojó ante el templo. Y después corrió a ahorcarse.

El hombre perverso, si no se levanta del pantano de sus pecados, al llegar a la “cima” de la maldad pensará en el suicidio, porque no puede soportar el remordimiento. Esto es lo que dice profeta David: “En increpaciones por iniquidad has corregido al hombre y derretido como araña su alma”. La araña es la desesperanza.

En el nivel undécimo, tanta esperanza queda en él, como la tela de una araña. Apenas un poco. Si viene la espada del demonio y la destruye, el hombre corre a estrangularse, o a ahogarse, porque cree que Dios no le perdonará. Así, el duodécimo nivel es el suicidio, como dice el Apóstol Pablo: “La recompensa del pecado es la muerte”.

(Traducido de: Arhimandrit Ilie CleopaNe vorbește Părintele Cleopa. Volumul VI, ediția a II-a, Editura Mănăstirea Sihăstria, Vânători-Neamț, 2004, pp. 45-47)