La destreza en la guerra invisible
Quien ha nacido ciego no puede ver la luz del sol. Lo mismo pasa con aquel que no es guiado por el discernimiento: no puede ver la riqueza de la Gracia celestial.
La lucidez espiritual es la senda de toda virtud y mandamiento de Dios. Es llamada también “sosiego del corazón” (hesicasmo). Es también el custodio de la mente, alejando cualquier alucinación.
Quien ha nacido ciego no puede ver la luz del sol. Lo mismo pasa con aquel que no es guiado por el discernimiento: no puede ver la riqueza de la Gracia celestial, y tampoco es capaz de librarse de las cosas, palabras y pensamientos malignos y contrarios a Dios. Y, al morir, no podrá escapar de las garras de los demonios.
La atención es la firme serenidad del corazón ante cualquier pensamiento. Ella llama siempre y permanentemente el nombre de Cristo Jesús, Hijo de Dios, y con Él se opone, con valentía, a los enemigos. Y sólo ante Él se descubre, porque Él tiene todo el poder de perdonar los pecados. Y, revistiéndose siempre con ese llamado de Cristo —Quien conoce lo que hay en cada corazón—, el alma intenta, a toda costa, ocultarle a los demás su dulzura y su lucha interior, no sea que el astuto consiga inmiscuir su maldad y le arrebate, a hurtadillas, la virtud.
La lucidez es el afianzamiento perseverante de la mente en las puertas del corazón, para reconocer a los pensamientos maliciosos que vienen, y escuchar qué dicen, y ver qué hacen, con tal de identificar las artimañas de los demonios. Asumiendo este afán, aprendemos la destreza en la guerra con los pensamientos.
(Traducido de: Isihie Sinaitul, Cuvânt despre trezvie, în Filocalia IV, traducere din greceşte, introducere şi note de pr. prof. dr. Dumitru Stăniloae, Editura Humanitas, Bucureşti, 2000, p. 50)