La esencia de la paz de Cristo y la vida del cristiano
Una nueva vida, llena de luz, se le ha revelado, y desde ese momento las banales distracciones que ocupan y preocupan a la mayoría de personas, dejan de tener algún atractivo o interés para él.
No hace mucho tiempo, leí en un diario un relato sobre un ingeniero que, mientras hacía unas pruebas con un motor a reacción, se descuidó por un momento y pasó justo por donde salía el potente flujo de aire generado por el propulsor, el cual lo envolvió por completo y lo levantó varios metros sobre el suelo. Al ver esto, el asistente del ingeniero corrió a desconectar el motor, y en ese mismo instante el pobre hombre cayó al suelo, muerto.
Algo semejante sucede con el hombre de oración: después de ser atrapado por una “corriente” que lo lleva a un estado superior, vuelve a la tierra, “muerto” para muchas cosas de este mundo. Una nueva vida, llena de luz, se le ha revelado, y desde ese momento las banales distracciones que ocupan y preocupan a la mayoría de personas, dejan de tener algún atractivo o interés para él. Si medimos nuestra calidad de vida, no con una simple suma de sensaciones psico-físicas agradables, sino por la conciencia que tenemos en lo que respecta a la realidad del universo, especialmente a la Verdad Primera y Última, entenderemos qué hay detrás de las palabras de Cristo: “Mi paz os doy”, dirigidas a Sus discípulos algunas horas antes de morir en la Cruz. La esencia de la paz de Cristo radica en el conocimiento perfecto que tenía del Padre.
Esto mismo es lo que ocurre con nosotros: si conocemos la Verdad Eterna, todos los tormentos de esta vida quedarán apartados a la periferia de nuestra existencia, en tanto que la luz vital que procede del Padre vendrá a enseñorearse en nuestro interior.
Ningún éxito o bienestar temporal puede darnos una paz real, si seguimos ignorando la Verdad. El problema es que no hay tantas personas con el suficiente coraje espiritual como para apartarse del camino que sigue la mayoría. Porque ese valor proviene de una fe firme en Cristo-Dios.
(Traducido de: Arhimandritul Sofronie, Rugăciunea – experiența vieții veșnice, Editura Deisis, Sibiu, 2001 p. 76)