La familia actual
No es necesario ser un experto para observar la forma en que la familia se ha debilitado en nuestros tiempos.
Lo primero que debe redescubrir la familia post-moderna es la dulzura de la oración hecha todos juntos y de la oración colectiva, elevada en la iglesia. Algunos minutos de oración por la mañana y por la noche, sumado a asistir todos juntos el domigno a la Liturgia, sería algo muy saludable. La familia cristiana debe orar junta, cantar junta, leer textos religiosos junta. No es posible expresar con palabras el provecho de una vida espiritual en el marco de la familia. Los frutos de esta vida son un sentimiento de paz y seguridad, la perseverancia, el discernimiento, la armonía y la madurez espiritual.
Lo segundo, también muy importante, es reencontrar la alegría de comer todos juntos. Los horarios tan cargados y las prisas permanentes han terminado por destruir esa comunión. Los esposos vuelven del trabajo a horas distintas y comen por separado. Los niños regresan de la escuela y comen cuando les apetece hacerlo. Es cierto que hay situaciones concretas, cuando las personas tienen que comer por separado, pero si esta práctica se convierte en la norma, el daño espiritual será enorme. Hubo momentos en los que nuestro Señor Jesucristo no pudo comer con Sus discípulos. Pero esto era la excepción. En semejantes situaciones, «Él les dice: “Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco”. Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer» (Marcos 6, 31).
En tercer lugar, la familia debe redescubrir el tiempo libre juntos. A pesar de que en nuestra sociedad la diversión es practicada de forma abusiva, es algo que también tiene su importancia en la vida de familia. Es bueno que los miembros de la familia se rían juntos, que jueguen juntos, que se tomen unas pequeñas vacaciones para salir todos juntos. Hay situaciones en las que el juego, las excursiones y el relajamiento fortalecen el vínculo entre los esposos, además de enseñarles a los hijos el valor del respeto, la honestidad, el espíritu de equipo y los buenos modales.
No es necesario ser un experto para observar la forma en que la familia se ha debilitado en nuestros tiempos. Además, vemos con preocupación cómo ha crecido el número de parejas que tienen vida en común sin haberse casado. Y la cifra sigue aumentando. Y, quienes quieren estar “a la moda”, no desean tener hijos o, a lo sumo, solamente uno. La idea de tener hijos empieza a resultar incómoda, porque representa un “obstáculo” para llegar “alto” con rapidez. Pero, ¿en dónde comienza, en conclusión, la fortaleza de la familia? En la palabra de Dios: “Creced y multiplicaos, poblad la tierra y sometedla” (Génesis 1, 28).
Desde la creación del mundo, a Dios le preocupó la fuerza de la familia, poniendo al alcance de los hombres los consejos necesarios para una vida normal y feliz. “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y son los dos una sola carne” (Génesis 2, 24). Y su unión, naturalemente, es bendecida con la llegada de los hijos.
(Traducido de: Î.P.S. Andrei Andreicuț – arhiepiscop al Alba Iuliei, Mai putem trăi frumos?, Editura Reîntrgirea, p. 63-65)