Palabras de espiritualidad

La fe en la Trinidad, camino a la salvación

    • Foto: Adrian Sarbu

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La fe, que penetra en las profundidades más inaccesibles de la razón, nos llama al conocimiento de los misterios de la divinidad, no por medio del raciocinio, sino con el cumplimiento de los mandamientos de Cristo.

Esta revelación del Dios Trino es una fuente inagotable de sabiduría, de gozo y de luz para todo creyente. Ella ilumina todas las manifestaciones humanas y aclara las dudas de la mente y del corazón; además, nos lleva a los espacios infinitos de la vida eterna. Pero, cuando nuestra mente se separa del corazón y de la fe, pretendiendo abordar la Revelación con las leyes de la razón propia, esa Revelación se le presenta como una sucesión de problemas sin solución.

Nosotros, los hombres, somos incapaces de representarnos un Ser personal que sea Existencia perfecta y eternamente actual.

Nos resulta imposible entender cómo la Esencia, que es la Realidad absoluta y objetiva, no precede ni determina, en absoluto, la auto-determinación de las Personas de la Santa Trinidad. No podemos concebir un Ser Personal que, siendo al mismo tiempo y de forma absoluta uno y simple, sea paralelamente trinitario, de manera que cada uno de los Tres sea un Sujeto absoluto que contiene toda la plenitud del Ser divino, es decir, que sea Dios Uno y perfecto, de forma dinámicamente igual a la entera Trinidad.

Nuestra razón no puede entender la existencia de un Ser semejante, en el cual, siendo Trinitario, el Engendrador no preceda al Engendrado ni al que procede de Él, y en el cual el nacimiento y la procedencia no limiten en nada a la libertad absoluta y la autodeterminación personal del que ha sido Engendrado y de Aquel que procede.

Nuestra mente no puede entender un Ser cuyo principio esencial y Único, el Padre, no exista antes del Hijo, Quien es engendrado, ni al Espíritu, que procede, y que no les sea esencialmente superior; y esto, hasta poder hablar de Su conjunta eternidad, de Su igualdad absoluta en dignidad, poder y divinidad, de hablar de Su gloria que es una, de Su energía que también es una y de Su voluntad que es una. Hasta que el dogma “detiene” de forma categórica el más ínfimo pensamiento sobre una estructura jerárquica o de una subordinación en el seno de la Trinidad… “y en esta Santa Trinidad, nada es primero o último”. (…)

Nosotros no podemos entender cómo Aquel que no tiene principio, comienza a ser; cómo Aquel que no fue creado asume la forma de la existencia creada; cómo el Hijo Único puede ser también Dios perfecto y Hombre perfecto; cómo la Hiipóstasis Única de Aquel que se encarnó une inexorablemente y sin mezclarse dos seres, dos voluntades, dos energías: una divina y la otra, humana. (…)

Dios es amor y no puede ser conocido y contemplado sino es por medio del amor. Por eso, los mandamientos de Cristo que llevan al conocimiento y a la contemplación de Dios son mandamientos del amor. El misterio de la Trinidad permanece insondable hasta el final, porque supera nuestro poder de comprensión y las facultades de nuestro ser creado. Y, sin embargo, insondable y oculto, Él se nos revela incesantemente de forma “existencial”, por medio de la fe y con la vida en la fe, como fuente inagotable de la vida eterna.

La fe, que penetra en las profundidades más inaccesibles de la razón, nos llama al conocimiento de los misterios de la divinidad, no por medio del raciocinio, sino con el cumplimiento de los mandamientos de Cristo: “Si os mantenéis en Mi Palabra, seréis verdaderamente Mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Juan 8, 31-32).

(Traducido de: Arhimandritul Sofronie Saharov, Fericirea de a cunoaște calea, Editura Pelerinul, p. 13-14, 19)