Palabras de espiritualidad

La fe no necesita pruebas

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

La fe va más allá de los límites de la mente humana e implica una confianza total del creyente en lo que cree.

Al igual que en otros momentos fundamentales del Nuevo Testamento, el del primer domingo posterior a la Pascua nos presenta el problema de la fe, en el cual tenemos que recordar que creer no debe confundirse con ver o constatar. Este error fundamental lo cometieron los fariseos, los saduceos, los ancianos y los escribas, quienes, en el Gólgota, exclamaban: “Que ese Mesías, ese rey de Israel, baje ahora de la cruz: cuando lo veamos, creeremos” (Marcos 15, 32). Si ves, no te queda más que registrarlo, constatarlo y someterte a ello. Pero la fe es todo lo contrario, “la garantía de lo que se espera; la certeza de las realidades que no se ven” (Hebreos 11, 1). Creer significa, especialmente, creer en lo que no se puede creer. Por eso es que el Señor le dice a Tomás: “Dichosos los que creen sin haber visto”. La fe va más allá de los límites de la mente humana e implica una confianza total del creyente en lo que cree. De esta falta de confianza total, ilógica e indiferente ante la evidencia dieron muestras los apóstoles. Se dejaron abrumar por la realidad y las apariencias los desanimaron.

Y, con todo, el Señor acepta complacer a Tomás y a los demás discípulos: les demuestra Su Resurrección de forma material, tal como lo pedía Tomás. De alguna manera se somete a ellos, quiere agradarles, les responde de forma empírica: come, les enseña Sus manos y Sus pies, los invita a tocar Sus heridas, Su costado. Si es asi, significa que el Señor entendió sus dudas, sus cavilaciones, y se dio cuenta de que no era posible que no se dejaran doblegar por el evidentísimo carácter definitivo e irremediable de la crucifixión. La condescendencia, la complacencia de Cristo demuestra que los apóstoles, hablando humanamente, no podían reaccionar de otra forma que no fuera con desesperación, tras el atroz asesinato de su Maestro.

(Traducido de: Nicolae Steinhardt, Dăruind vei dobândi, Editura Dacia, 1997, pp. 100-101)