Palabras de espiritualidad

La fe protege a quienes la defienden

    • Foto: Tudorel Rusu

      Foto: Tudorel Rusu

¿Es que debemos defender de los blasfemos también a la Santísima Madre de Dios?”. No, ella se defiende muy bien sola.

Los ortodoxos, con nuestra fe, hemos viajado por esta vida durante miles de años. Hemos ofrendado hasta nuestra sangre por ella, y ella nos ha dado el Espíritu. Nosotros la conocemos bien y sabemos que es verdadera, dulce y redentora. Nuestros santos están vivos, y hasta hoy se muestran vivos a través de incontables señales y milagros. La fuerza de la electricidad desciende por los elementos conductores, y la fuerza de Dios desciende por medio de los santos. Al Pädre le gusta enaltecer a Sus hijos amados, demostrando por medio suyo Su fuerza. La fuerza y el auxilio de los que son agradables a Dios es algo que no solamente nosotros, los cristianos, experimentamos, sino incluso hasta los musulmanes de nuestros países.

La Ortodoxia se halla actualmente entre dos unilateralidades: por una parte están los musulmantes, que admiten la fuerza de nuestra fe, pero no reconocen el Libro de nuestra fe. Y, por otra parte, tenemos a los occidentales, inventores de tantísimas denominaciones religiosas, que reconocen el Libro, pero no la fuerza de nuestra fe. Sobre estos últimos, el Apóstol Pablo escribe que “tienen una apariencia de religiosidad, pero en realidad están lejos de ella”. Y le aconseja a Timoteo:”aléjate de ellos”. Nosotros tuvimos y tenemos el Libro, es decir, la Santa Escritura, y la Fuerza, es decir, las señales y los milagros de Dios por medio de los santos, la Cruz, los íconos, las oraciones y los sacramentos.

¿Es que debemos defender también a la Santísima Madre de Dios de los blasfemos?”. No, ella se defiende muy bien sola. En su lecho de muerte, quienes antes la insultaban, lloran de dolor. Recuerdo que entre nosotros había un hombre, bautizado, quien, lleno de maldad, un día pisoteó un ícono de la Madre de Dios. Años después, antes de morir, padeció largamente de una terrible enfermedad. Cuando yacía entre sus dolores, levantaba las manos, como tratando de golpear algo invisible. Su familia le oía gritar día y noche: “¡Esclavos! ¡Esclavos negros! ¡Váyanse de aquí!”. Cuando vino el sacerdote y leyó unas oraciones a la Madre del Señor, aquellos arrebatos cesaron. Después, el hombre se echó a llorar, diciendo: “¡Vino la Madre del Señor y con su cetro alejó a todos esos esclavos!”. Durante varios días se le vio llorar y besar continuamente el ícono de la Virgen, susurrando: “¡Gracias, Madre, por haberme perdonado!”.Así, entre suspiros y cánticos dedicados a la Madre de Dios, partió de este mundo con merecimiento y serenidad.

¡Que la bendición de Dios nos fortalezca a todos, hermanos!

(Traducido de: Sfântul Nicolae Velimirovici, Răspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi: scrisori misionare. Volumul I, traducere din limba sârbă de Adrian Tănăsescu-Vlas, ediția a II-a, Editura Sophia, București, 2008, pp. 143-144)