Palabras de espiritualidad

La fuerza del amor a Cristo

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Una madre es capaz de arrojarse al fuego con tal de salvar a su hijo, y, debido a que su amor es más fuerte que las llamas, no siente ningún dolor. El amor por su hijo la protege del dolor. ¡¿Cómo no habría de hacerlo, entonces, el amor a Cristo?!

Padre, creo que si yo hubiera visto la rueda de Santa Catalina (de Alejandría), habría muerto de miedo…

—Si hubieras muerto antes de ser subida a la rueda, habría sido una bendición de Dios. Pero si el temor te hubiera invadido ya estando subida ahí, tu sufrimiento sí que habría sido grande. Los mártires tenían una piadosa intención y Cristo los ayudaba, por eso eran pacientes en el dolor. ¡Qué amor por Cristo tenían los mártires, qué coraje! Santa Salomonia, junto con sus siete hijos (a quienes conmemoramos el 1 de agosto), dieron testimonio un tras otro. San Longinos (cuya fiesta es el 16 de octubre) acogió y les dio de comer a quienes habían venido a aprehenderlo. Estos le insistieron que les enseñara quién era Longinos, para atraparlo y acortarle la cabeza, pero él les respondía una y otra vez: “¡Calma, ya les diré quién es!”. Cuando finalmente les dijo que era él, los verdugos se negaron a matarlo, pero San Longinos les rogó que cumplieran con el mandato que habían recibido, así que lo decapitaron. También San Gedeón del Monasterio Karakalos (conmemorado el 30 de diciembre), ¡qué paciencia tuvo! “¡Córtenme las manos!”, les dijo a sus verdugos. “¡También mis piernas, y también mi nariz! Y, para que ya no siga hablando, ¡quítenme todo lo demás!”. ¡Qué valor tan extraordinario! Pero, para poder alcanzar ese nivel, es necesario que la persona deje de amarse a sí misma, y que ame solamente a Cristo. Una madre es capaz de arrojarse al fuego con tal de salvar a su hijo, y, debido a que su amor es más fuerte que las llamas, no siente ningún dolor. El amor por su hijo la protege del dolor. ¡¿Cómo no habría de hacerlo, entonces, el amor a Cristo?!

Para el santo que se encamina al martirio, el amor a Cristo es más fuerte que cualquier dolor; por eso es que termina neutralizándolo. Para los mártires, la espada del verdugo era más dulce que el arco de un violín. Cuando el amor a Cristo se multiplica, el martirio es como una celebración. Así, el fuego refresca más que bañarse en agua fría, porque su acción es vencida por el poder del amor divino. ¡Incluso ser desollado se convierte en motivo de regocijo espiritual! El amor divino rebosa en el corazón y la mente, haciendo que el hombre “se enajene” [es decir, que vaya más allá de la razón humana]. Con esto ya no siente ni el dolor ni nada parecido, porque su mente está con Cristo y su corazón se desborda de felicidad. ¡Cuántos santos aceptaron el martirio, llenos de semejante alegría, como si asistieran a una celebración! San Ignacio (conmemorado el 20 de diciembre) exclamó estas palabras, cuando estaba por ser martirizado: “¡Déjenme morir como un mártir! ¡Dejen que las fieras coman mi cuerpo!”. Estamos hablando de una clase de alegría que jamás podría experimentar ni el hombre más enamorado, de esos que dicen: “¡No me importa nadie más, ni mi padre, ni mi madre…! ¡Quiero casarme con esa chica!”. La “locura” de San Ignacio era mucho más grande que la “locura” del más enamorado de todos.

(Traducido de: Sfântul Cuvios Paisie AghioritulCuvinte duhovnicești. Volumul II. Trezvie duhovnicească, traducere de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, ediția a II-a, Editura Evanghelismos, București, 2011, pp. 259-260)