La fuerza que mueve montañas y abre el corazón del hombre
Cuando el cristiano se entera de lo maravillosa que es la bondad divina para con la humanidad, revelada a nosotros con la Encarnación del Hijo de Dios, no deja de asombrarse por la fuerza de la Divina Providencia.
La palabra divina tiene una fuerza —también divina— que mueve al alma del hombre. (...) Cuando el cristiano oye hablar de la vida eterna y su felicidad, su corazón se estremece y procura dedicarse a alcanzarla. Cuando oye lo hermosa y agradable que es la virtud, se esfuerza en obtenerala. Cuando escucha alguna palabra sobre la contrición, inmediatamente siente en su interior esa añoranza y un cierto impulso al arrepentimiento, pensando en cómo ponerlo en práctica. Cuando escucha algo sobre el remordimiento, empieza a examinarse la conciencia y se entristece por las faltas que ha cometido contra Dios y, como atravesado por una flecha, sufre, se enoja consigo mismo y derrama con amargura muchas lágrimas por la compunción que hay en su interior.
Cuando el cristiano se entera de lo maravillosa que es la bondad divina para con la humanidad, revelada a nosotros con la Encarnación del Hijo de Dios, no deja de asombrarse por la fuerza de la Divina Providencia, salvadora y amante de todos los hombres. Cuando escucha que también él es uno de esos por los cuales vino el Hijo de Dios y el Dios Infinito adoptó un cuerpo como el nuestro —para “buscar y salvar a los que estaban perdidos” (Mateo 18, 11)—, le agradece con el corazón y se postra con humildad ante ese Dios que tanto ama a la humanidad. Cuando el cristiano escucha la vivificadora palabra del Evangelio, siente en su interior un consuelo espiritual, porque el Evangelio, es decir, la buena nueva de Dios, nos fue enviado para que las almas que lo escuchen no se queden sin consuelo. ¡Toda esta obra de la palabra divina alcanza lo más profundo del alma!
(Traducido de: Sfântul Tihon din Zadonsk, Comoară duhovnicească, din lume adunată, Editura Egumenița, Galați, 2008, pp. 87-88)