La Gracia nos protege en nuestra humildad y contrición
El alma humilde no experimenta visiones y ni siquiera las desea, sino que ora con una mente pura dirigida a Dios.
Mucho tiempo sufrí, desconociendo el camino del Señor; pero ahora, después de muchos años y pesares, he logrado conocer la voluntad de Dios, gracias al Espíritu Santo. Hay que cumplir todo lo que ordenó el Señor (Mateo 28, 20), porque este es el camino que lleva al Reino de los Cielos, en donde veremos a Dios. Pero no hay que detenerse y quedarse pensando en que veremos a Dios, sino que debemos humillarnos, pensando que después de morir seremos arrojados en un oscuro calabozo, en donde habremos de sufrir mucho, suspirando amargamente por Él. Cuando lloramos y humillamos nuestra alma, la Gracia de Dios nos cuida; pero, si nos apartamos de la contrición y la humildad, fácilmente caeremos presa de los malos pensamientos y podríamos ser engañados por ciertas figuraciones. El alma humilde no experimenta visiones y ni siquiera las desea, sino que ora con una mente pura dirigida a Dios. Por el contrario, una mente llena de vanidad no está libre de pensamientos perniciosos e imaginaciones, y podría llegar a ver demonios y hasta hablar con ellos. Todo esto lo escribo, porque yo mismo me he visto en tan terrible situación.
(Traducido de: Sfântul Siluan Athonitul, Între iadul deznădejdii şi iadul smereniei, Editura Deisis, Sibiu, 2001, p. 211)