Palabras de espiritualidad

La hospitalidad athonita

  • Foto. Silviu Cluci

    Foto. Silviu Cluci

Translation and adaptation:

Al final de nuestra estancia en su celda, le agradecimos al padre desde el fondo de nuestro corazón, le pedimos que nos bendijera y partimos maravillados de su santa sencillez, su bendita hospitalidad, su pobreza, su pureza de corazón y su amor, semejante al de Cristo...

Siguiendo el ejemplo del Santo Apóstol Pablo —“No olvidéis la hospitalidad, ya que, gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles” (Hebreos 13, 2)—, cada monasterio, skete o celda del Santo Monte Athos tiene un edificio para acoger a los peregrinos, según las posibilidades de cada establecimiento monástico. El alojamiento de los peregrinos es gratuito, pero estos tienen el deber de anunciar su llegada con anticipación, para mantener el buen curso de las actividades en cada monasterio.

Cuando los peregrinos llegan al monasterio, el administrador (o arconte) sale a su encuentro con amor y alegría. Después, los invita a pasar a un salón o a algún lugar amplio para que descansen y se repongan de los rigores del trayecto realizado hasta allí. En los monasterios athonitas, el aministrador les sirve a los peregrinos el kerasma (como ritual de bienvenida), consistente en agua fría, lokum de frutas y un pequeño vaso de ouzo, que es una bebida tradicional de Grecia.

Posteriormente, los peregrinos tienen la obligación de registrarse en el libro de los peregrinos, y después son conducidos a las habitaciones donde descansarán durante su estadía en el monasterio respectivo. Las habitaciones para peregrinos suelen tener muy buenas condiciones.

***

«Una vez, junto con el hieromonje Panteleimón Kartsona y un grupo de peregrinos que pasaban por la skete “Santa Ana”, visitamos la humilde celda del monje Filareto de Karulia. El asceta nos recibió con bondad y regocijo. Nada más entrar, nos sirvió un poco de agua de lluvia de su propia reserva, porque estábamos en verano y los días eran secos y tórridos.

—¿Por qué no mantiene una vasija de arcilla llena de agua fría, padre?

—¡Si quisiera agua fría, iría a la skete “Santa Ana”, en donde abunda!

Nos insistió que pernoctáramos en su celda.

—Pero ¿dónde dormiremos, padre, si usted no tiene donde recibir huéspedes?

—Claro que sí. Vengan conmigo, dijo con tono serio.

—¡Una casa para peregrinos en Karulia! Suena extraño, pensé yo.

El padre Filareto parecía hablar de esto con un corazón lleno del deseo de servirnos de anfitrión. Abrió una puerta, la de la habitación contigua, a la que él llamaba “casa de peregrinos”, y con un gesto nos invitó a pasar.

—¡Hela aquí!, dijo con una sonrisa.

Inmediatamente, nuestros ojos se dirigieron al techo lleno de agujeros, a las paredes casi derruidas y a las patatas amontonadas en una esquina del lugar.

—¡Esperen aquí mientras les preparo la cena!

—¿Qué vamos a cenar, padre?

—¡Tengo unos amargones (diente de león) recién cortados!

Al final de nuestra estancia en su celda, le agradecimos desde el fondo de nuestro corazón, le pedimos que nos bendijera y partimos maravillados de su santa sencillez, su bendita hospitalidad, su pobreza, su pureza de corazón, su amor, semejante al de Cristo, y todo lo demás que en él estaba impregnado del espíritu de nuestro Señor. ¡Qué vida bendecida vivió!”

(Traducido de: Arhimandrit Ioannikios Kotsonis, Patericul Athonit, traducere de Anca Dobrin și Maria Ciobanu, Editura Bunavestire, Bacău, 2000)