La humildad del creyente que cumple con los mandatos de Dios
Algunos creyentes incluso sienten dolor por sus enemigos y oran por ellos como si fueran sus propios hermanos —quienes viven sometidos por los demonios—, como si fueran miembros del mismo cuerpo pero enfermos en su espíritu, como si fueran sus más grandes benefactores, como si fueran herramientas de la Divina Providencia.
El creyente que cumple con los mandamientos evangélicos está siempre inmerso en la humildad: poniendo frente a frente la grandeza y la pureza de los santísimos mandamientos con la forma en que él mismo los ha cumplido, reconoce que sus acciones son insuficientes e indignas de Dios. Así, se ve a sí mismo como alguien que merece cualquier castigo temporal y eterno por sus pecados, por haberse hecho cómplice del demonio, por la caída de todos los hombres, así como por su propia persevarancia en la comisión del mal. Finalmente, por cumplir con los mandamientos pobre e incorrectamente.
Con esto, ante cualquier tribulación enviada por la Divina Providencia inclina humildemente la cabeza, sabiendo que es así como Dios instruye a Sus siervos durante este efímero viaje que llamamos “vida”. Algunos creyentes incluso sienten dolor por sus enemigos y oran por ellos como si fueran sus propios hermanos —quienes viven sometidos por los demonios—, como si fueran miembros del mismo cuerpo pero enfermos en su espíritu, como si fueran sus más grandes benefactores, como si fueran herramientas de la Divina Providencia.
(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancininov, Despre înșelare, Editura Egumenița, Alexandria, 2010, p. 26)