La humildad es la fuente de la obediencia
‟Prefiero ser vencido y alcanzar la humildad, que vencer y llenarme de soberbia”.
Para que la obediencia y la sumisión traigan paz, armonía y felicidad entre las personas, es absolutamente necesario que el jefe de familia, el párroco o el soberano de la ciudad obedezca primero a Dios y se someta completamente a la voluntad del Todopoderoso, y sólo después dé las órdenes que le parezcan oportunas, de acuerdo a los mandamientos del Señor.
La soberbia es la madre de la insumisión, en tanto que la humildad es la fuente de toda obediencia. Los emperadores que perseguían a los cristianos, por orgullo no querían someterse a Jesús Crucificado; pero San Constantino, por humildad, obedeció los mandamientos del Señor.
Por esta razón, lo primero que tenemos que hacer es pulverizar nuestro orgullo y buscar la humildad que nos falta, para así poder destruir todos los ardides del demonio. Un anciano de la antigüedad dijo: ‟Prefiero ser vencido y alcanzar la humildad, que vencer y llenarme de soberbia”.
Una vez, cuando volvía a su celda, después de haber juntado un buen brazado de hojas de palma en la pradera, el anciano Macario se encontró con el demonio, quien lo estaba esperando amenazante con una guadaña en las manos. Al ver al anciano, el maligno se abalanzó sobre él, pero no pudo golpearlo. Lleno de ira, exclamó: ‟¡Cuánto trabajo me das, Macario, pero no puedo contigo! ¡Y mira que hago lo mismo que tú! Tú ayunas, y no no como nada. Tú velas, y yo no duermo. ¡Pero hay una sola cosa con la que me ganas!”. ‟¿Qué cosa?”, preguntó el abbá. Y el demonio respondió: ‟Tu humildad. ¡Por eso es que no tengo ningún poder sobre ti!”.
(Traducido de: Arhimandritul Paulin Lecca, Adevăr și Pace, Tratat teologic, Editura Bizantină, București, 2003, pp. 112-113)