Palabras de espiritualidad

La humildad no nos degrada, sino que nos alza hasta el Cielo

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

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Es justamente lo que pasa con el hombre: cuando es humilde, también es sincero y diligente, y todo lo que hace perdura.

¿Ser humilde, hoy en día, no es lo mismo que dejarse pisotear por los demás? ¿Qué podemos hacer con nuestra dignidad de cristianos? ¿Cómo tendríamos que proceder, para no confundirnos con una y otra cosa?

—Sé que muchos cristianos piensan que practicar la humildad es igual a degradarse uno mismo. Sin embargo, no tenemos que olvidar que a Aquel que se humilló en la Cruz —con las manos y los pies atravesados por clavos y con una lanza atravesándole el costado—, en el Viernes Santo, la verdadera humildad, divina, lo ayudó a resucitar de entre los muertos. La humildad es una gran dignidad espiritual. Es importante que sepas que, un hombre orgulloso, lleno de sí mismo, se golpea el pecho con el puño, y los demás dejan de existir para él. No acepta ninguna opinión, porque cree que es el más inteligente de todos. Es difícil sentir afecto por alguien así. En muchas familias, al igual que en muchísimas instituciones de las que existen en la actualidad, hay personas así, soberbias y vanidosas. Pero también hay personas que responden con modestia, humildemente, ante cualquier situación. ¿A quién eliges? Yo creo que a estas últimas. Cuando una persona es humilde, inspira confianza y todo lo que hace es valioso. Podría poner de ejemplo al pueblo alemán, que es muy laborioso y por eso recibe muchos elogios; son honrados e industriosos, y no necesariamente caen en la arrogancia. Por eso es que son apreciados en todo el mundo, por su seriedad y rectitud.

Un acto menor de humildad—porque también nosotros somos insignificantes—, de buena fe y seriedad, es la sinceridad. Es justamente lo que pasa con el hombre: cuando es humilde, también es sincero y diligente, y todo lo que hace perdura. Al contrario, todo lo que hace el orgulloso es superficial, porque trabaja deprisa y sin esmero. A decir verdad, el orgulloso no cree en nada, ni siquiera en Dios, o si cree, es formalmente. Un hombre humilde es uno que se mantiene en relación con Dios por medio de la oración. Y Dios, que es humilde y amoroso, lo ayuda a realizarse en todo lo que hace. Finalmente, depende de cada uno lo que quiera para su propia vida.

(Traducido de: Părintele Sofian Boghiu, Smerenia și dragostea, însușurile vieții duhovnicești, Editura Tradiția Românească, București, 2002)