La humildad nos devuelve la paz perdida
“Cada vez que asumo para mí la culpa de algún hecho, la paz inunda mi alma inmediatamente. Por el contrario, desde el momento en que culpo a otro y le señalo su falta, también yo mismo me lleno de pesar y amargura”.
Quien nos desprecia, nos acusa injustamente y nos condena, es como un fuego que cauteriza la herida de nuestro egoísmo, para que sanemos. Dios se lo permite, para que recobremos la salud, porque mientras el egoísmo perviva en nosotros, mucho es lo que habremos de sufrir. Cuando venga el momento propicio, cuando tengamos humildad, no sufriremos más; entonces, la paz y la serenidad vendrán a nosotros.
San Antonio el Grande confesaba: “Cada vez que asumo para mí la culpa de algún hecho, la paz inunda mi alma inmediatamente. Por el contrario, desde el momento en que culpo a otro y le señalo su falta, también yo mismo me lleno de pesar y amargura”. Luego, ese es el camino a seguir: asume la culpa, repréndete y di: “Yo fui quien se equivocó. Por mis pecados, Dios dispuso que esto sucediera. Debido a mi egoísmo, Dios lo permitió. Fue por mí que Dios consintió que esto ocurriera; por eso es que ahora me toca sufrir”. Pero si decimos: “¿Por qué me pasan estas cosas a mí?”, seguiremos viviendo en la enfermedad de nuestro egoísmo.
(Traducido de: Avva Efrem Filotheitul, Sfaturi duhovnicești, traducere de Părintele Victor Manolache, Editura Egumenița, Alexandria, 2012, p. 28)