La humildad, nuestra mejor aliada en la lucha contra las pasiones
Si el orgullo hizo de algunos ángeles, demonios, no cabe duda de que la humildad puede hacer de los demonios, ángeles. Por eso, ¡que el que ha caído se atreva a levantarse!
Apresurémonos en luchar con brío para alcanzar la cima de la humildad. Y si no, al menos dejemos que ella nos lleve sobre sus hombros. Y si seguimos vacilando, no nos permitamos caer de sus brazos. Porque quien caiga de la humildad, difícilmente podrá obtener algún otro don eterno.
Su poder y sus senderos, que no sus señales, son la austeridad, la modestia, el ocultar la sabiduría propia, el hablar simple, la súplica de misericordia, el ocultar la noble ascendencia de la persona, la renuncia a toda temeridad, el preferir callar antes que hablar. Porque no hay nada mejor para hacer humilde el alma, que el estado de pobreza y el aspecto de uno que implora la caridad de los demás.
Si quieres luchar contra alguna pasión, elige siempre a la humildad como aliada. “Pisarás sobre el león y la víbora, hollarás al leoncillo y al dragón” (Salmos 90, 30). Esas palabras se refieren, claro está, al pecado, a la desesperanza y al demonio, el dragón del cuerpo.
Una mente humilde es la sonda celestial que puede alzar el alma, desde el abismo sin fondo del pecado, hasta el cielo mismo.
(Traducido de: Sfântul Ioan Scărarul, Cartea despre nevoinţe, în Filocalia IX, traducere din greacă, introducere şi note de pr. prof. dr. Dumitru Stăniloae, Editura Humanitas, Bucureşti, 2002, pp. 301-302)