Palabras de espiritualidad

La humildad, requisito para vencer los malos pensamientos

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

En verdad, deseo que se salven en el Señor y le pido a Él con todo mi corazón que los libre de las fauces de los leones y de los afilados cuernos de los toros.

«Por favor, no se enojen conmigo por no haber pasado a verles. Me preocupa mucho saber que se encuentran rodeados de lobos, pero me cuido de acercarme a ellos para ahuyentarlos y liberarlos a ustedes, porque esos lobos suyos están como rabiosos. Como bien saben, muchas veces me han atormentado, clavando sus colmillos hasta lo más profundo de mi corazón. Ni siquiera sé cómo sigue habiendo vida en mí. El espíritu de la esperanza en Dios me ha sido asesinado varias veces, y ni siquiera ahora sé si hay vida dentro de mí. No lo sé, porque no la siento en mi interior, sino que espero con una esperanza común, no con una esperanza viva, sino con una muerta. Los lobos que los acechan a ustedes son peores que los depredadores de nuestras tierras, con colmillos afilados y muy despiadados. Los de aquí, aunque sean salvajes, no tienen tanta osadía, le temen la palabra del hombre y a su presencia. No obstante, los de ustedes, cuanto más se les ahuyenta, con mayor furia atacan, y tanto se enardecen contra quien los ahuyenta, que ni siquiera puede este mostrarse. Tal vez solo desde algún escondite pueda dispararles flechas o perdigones, cosa que no rechazo, y quizá en algún momento logre acertar a alguno de ellos con la ayuda de Cristo. Pero, si tienen esperanza, háganme saber cuándo y en qué parte del alma ha aparecido algún lobo, y descríbanme cómo es: viejo o joven, uno solo, dos, o toda una manada. ¡Háganmelo saber! En verdad, deseo que se salven en el Señor y le pido a Él con todo mi corazón que los libre de las fauces de los leones y de los afilados cuernos de los toros.

De los lobos de los pensamientos no es posible librarse sino con la ayuda de Cristo. Para poder echarlos se necesita de Su Gracia todopoderosa, y no de la débil ayuda de los hombres. Para esto tenemos que postrarnos ante los pies de Cristo con profunda humildad, orando a Él por todo y presentándole nuestras penas y necesidades, implorando también el auxilio de la Madre del Señor y de Sus santos, con una sincera confesión de nuestros pecados y nuestra incapacidad para enmendarnos. De esta forma, indudablemente, el Señor nos ayudará y pondrá paz en nuestra alma: “Aprended de Mí, que Soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11, 29). Él Mismo nos mostró en dónde encontrar la paz para nuestra alma. Busquémosla, pues, y ciertamente la encontraremos, porque Dios es fiel a Sus promesas. Quien está con Dios no necesita andar entre tinieblas. Entonces, hermanos, no se atribulen inútilmente, buscando consuelo, paz y salvación, sino ante todo busquen la humildad. No habrá nada que no los llene de más tristeza, desasosiego y perjuicio, mientras no se propongan cultivar la humildad en Cristo.

Sin esto, los lobos los devorarán. Ni yo podré librarme de ellos, si no empiezo viéndome como al último de todos».

(Traducido de: Filocalia de la Optina, traducere de Cristea Florentina, vol. I, Editura Egumenița, Galați, 2009, pp. 151-152)