El progreso espiritual permanece real y puro, solamente al amparo de la discreción. El término en sí se refiere a una de las virtudes más finas y sutiles, de entre todas las que acompañan al viajero en el camino a la perfección. Que nadie sepa lo que haces. El santo que sabe que es santo, no es santo. El santo que quiere que se sepa que es santo, no es santo. El santo que quiere hacerse santo, nunca lo será. Cualquier resultado bueno para tal clase de personas será un fracaso. No hay un camino mecánico a la santidad. No hay una norma que lleve a la santidad o que garantice la santidad.

En los límites de la tradición, en los que la discreción es la reina, como cobijo de la humildad, la santidad es posible, pero permanece en el camino de la búsqueda: se oculta en la esperanza.

Todo eso que en los tratados de espiritualidad y en los llamados de los Santos Padres se refiere a la salvación, habla con discreción de la santidad. ¿Cómo se llega a la santidad? Decía el abbá Alonio que “si el hombre así lo desea, desde el amanecer y hasta el ocaso puede alcanzar la medida divina” (Paterikón)

Para algunos basta con un solo día. A otros no les sirve una vida entera. A algunos se les prescribe caminos largos y trabajosos; a otros, fáciles y cortos. Pero también puede haber caminos fáciles y largos, o caminos duros y cortos. Al abbá José le confesó alguien que no podía avanzar ni por el camino fácil, ni por el camino difícil. Entonces, el anciano le encontró una respuesta: “Si no puedes tomar ninguno de esos caminos, al menos cuida tu mente, en lo que respecta a tu semejante”, es decir, que se cuidara de juzgar a otros.

(Traducido de: Antonie Plămădeală, Mitropolitul Ardealului, Tradiție și libertate în spiritualitatea ortodoxă, Editura Pronostic, București, 1995, p. 172)