La humildad y el amor, virtudes inseparables
La humildad que proviene del amor es la única y más directa vía para ordenar nuestro microcosmos espiritual hacia Dios. ¡Qué claro fue nuestro Señor Jesucristo!
Todas las pasiones son peligrosas y afectan negativamente nuestra vida espiritual. Pero hay especialmente dos que no solamente son peligrosas, porque cuando se manifestaron por primera vez cambiaron la configuración de la jerarquía celestial y del orden creado por Dios en el mundo. Se trata del orgullo y el egoísmo. Debido a ellas, el macrocosmos espiritual y material cambiaron, modificando su funcionamiento con la caída de los ángeles y la misma caída de Adán. Si en el plano espiritual, por causa de la pureza ontológica de los ángeles, el orgullo y el egoísmo de los ángeles malos alcanzaron sus máximos e irreversibles niveles, en el plano físico-espiritual, del cual forma parte el hombre, esas dos pasiones se escurrieron en la zona del microcosmos, afectándonos a todos. Surgió, así, un problema personal para cada uno, el de encontrar la forma de resistir ante esas pasiones y salvarse de caer definifitivamente junto con los ángeles malos.
Una mente humilde y el amor, signos de la pertenencia del hombre al discipulado en Cristo
Dios no dejó solo al hombre, sino que le acompañó —al principio— por medio de la revelación natural, para después hacerlo por medio de los profetas. Pero el Camino, la Verdad y la Vida se hicieron uno de nosotros por medio de Cristo. Él fue quien nos reveló perfectamente las dos virtudes que matan el orgullo y el egoísmo: la humildad y el amor. Estas dos virtudes están unidas estrechamente, al igual que las pasiones sobre las que tienen poder, y ambas fueron practicadas por el Señor para que pudiéramos aprender de Él. El Hijo de Dios, haciéndose hombre, les dio a los hombres el más grande ejemplo de humildad por el amor, demostrando que el amor es atender al otro, al punto de olvidarnos de nuestra propia importancia. La humildad que proviene del amor es la única y más directa vía para ordenar nuestro microcosmos espiritual hacia Dios. ¡Qué claro fue nuestro Señor Jesucristo! Él nos habló poco sobre la humildad, pero nos la demostró con Su propio ejemplo de vida. Él se hizo humilde, obedeciendo hasta la muerte (Filipenses 2, 8). El pensamiento humilde y el amor son las señales de pertenencia al discipulado en Cristo. Ser cristiano significa ordenar tu vida espiritual sin orgullo y egoísmo, para dirigirla totalmente hacia Dios. La humildad nos asienta, de una vez, en el estado natural de nuestra existencia. Y no se trata de una virtud cualquiera. Ella vino a rehacer el orden destruido por el orgullo y el egoísmo de Adán, y sin ella no podríamos beneficiarnos del don que Cristo nos otorgó: “Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera”. (Mateo 11, 29-30)
(Traducido de: Liviu Petcu, Gabriel Herea „Lumina din inimi. Spiritualitatea isihastă în traducerea şi tâlcuirea Părintelui Stăniloae”. Antologie de texte filocalice)