La impaciencia y la irascibilidad
Tal irascibilidad brota de su propio egoísmo y del cuidado excesivo que dedica a su “yo” carnal, ese al que debería crucificar continuamente y de distintas maneras.
Al impaciente todo le enoja, todo le enfada. Se enfurece hasta cuando el humo de una candela viene hacia él.
Tal irascibilidad brota de su propio egoísmo y del cuidado excesivo que dedica a su “yo” carnal, ese al que debería crucificar continuamente y de distintas maneras.
Su alma arde de pecados y pasiones, pero él no observa lo que debería observar, no siente lo que debería sentir, ni sabe lo que debería saber. Cuando su rostro se ahúma, este individuo se enardece, incapaz ya de saber cómo detenerse.
Dios sabe de dónde proviene esa sensibilidad, ese cuidado hacia su propio yo, aunque no tiene razones para su desasosiego: el humo no duele ni daña, sino que sopla como un leve viento.
(Traducido de: Sfântul Ioan din Kronstadt, Viaţa mea în Hristos, Editura Sophia, Bucureşti, 2005, p. 485)