La importancia de orar con fe y perseverancia
Quien ora con todo el corazón, profundizando en las palabras de la oración, además del cumplimiento de sus peticiones obtiene la paz interior, esa que el mundo no podría darle.
Orando, podemos obtener por parte de Dios cualquier cosa que le pidamos. Todo consiste en que nuestras oraciones sean dignas de Él.
Por eso, debemos orar con el corazón puro, con perseverancia y humildad. El mismo Señor Jesucristo nos prometió que nuestras oraciones serían atendidas, al decir: “Y todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis”. Y, otra vez: “Pedid y se os dará”.
Quien ora con todo el corazón, profundizando en las palabras de la oración, además del cumplimiento de sus peticiones obtiene la paz interior, esa que el mundo no podría darle, la misma que nuestro Señor Jesucristo nos prometió, diciendo: “Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo”. Así es como empezamos a sentir una fuerte seguridad y a notar que no estamos solos en el mundo, aunque rodeados de los demás, sino que con nosotros está el Dios de nuestros padres, Quien nos protege y nos ampara en los avatares de esta vida terrenal.
No obstante, alguna vez puede ocurrir que Dios no responda inmediatamente a nuestras oraciones. Sin ir más lejos, recordemos que Santa Mónica —la madre del Beato Agustín— durante dieciocho años le estuvo pidiendo a Dios que su hijo volviera a la fe. Y esa perseverancia le agradó a Dios, porque la escuchó en verdad, haciendo que Agustín volviera al camino de la salvación, pero no una forma cualquiera, sino lleno de la belleza que representa una vida cristiana moldeada por la Gracia divina.
Y ya que no sabemos si todas nuestras peticiones nos son realmente útiles, es bueno terminar siempre nuestra oración con las siguientes palabras: “Señor, Tú que lo sabes todo, ayúdanos para que esta oración que hacemos ante Ti se corresponda con Tu santa voluntad. Así, ¡que se haga Tu voluntad en nuestra vida!”.
(Traducido de: Părintele Sofian Boghiu, Smerenia și dragostea - însușirile trăirii ortodoxe, p. 102)