La incesante alegría del verdadero cristiano
Cuando en el interior del hombre hay paz y alegría, las aflicciones y las necesidades exteriores no tiene cómo afectarle, de modo que, aunque los demás crean que sufre, en su interior lo que hay es un júbilo que no cesa (II Corintios 6, 10).
El fundamento de la alegría del cristiano es la misma restauración del ser caído por causa del pecado. Con el “segundo nacimiento”, por medio del Bautismo, se arroja la semilla de la vida eterna, a imagen del Señor Resucitado. A partir de ese momento, el cristiano empieza un nuevo camino, el de una vida renovada, libre ya de las cadenas de la corrupción, que viene por medio del pecado, y su salud espiritual rebosa de bienestar. Ese bienestar espiritual es casi lo mismo que el sentimiento de la resurrección: de ahí el gozo incesante de la vida en el Señor. Esta es la razón por la cual el Apóstol nos ordena ser felices; nos ordena, es decir, que nos mantengamos en un estado espiritual tal que nos traiga una felicidad que no se termine, que nos rodeemos de convicciones que inspiren el gozo en nuestra alma, que no nos privemos del gusto de las bondades espirituales del Señor —mismas que no tienen cómo no alegrar el corazón—, y que no renunciemos jamás al esfuerzo y el sacrificio, que nos conducen por el camino estrecho que lleva a la eternidad.
El Apóstol no quiere que el cristiano despierte en su interior la alegría que producen quién sabe qué ilusiones, sino que avance, practicando las virtudes, en la zona de las alegrías de la luz y de la vida. Y si estamos seguros de que ese es el lugar de todo cristiano verdadero, también lo estamos de que la felicidad no se aparta jamás del que es un auténtico cristiano. Por eso es que la Palabra de Dios nos ordena una y otra vez que seamos felices. Cuando en el interior del hombre hay paz y alegría, las aflicciones y las necesidades exteriores no tiene cómo afectarle, de modo que, aunque los demás crean que sufre, en su interior lo que hay es un júbilo que no cesa (II Corintios 6, 10).
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Răspunsuri la întrebări ale intelectualilor, vol. 2, Editura Cartea Ortodoxă, 2007, p. 70)