La inefable protección de la Santísima Virgen
Una noche cualquiera, cuando el padre recién estaba poniendo la cabeza sobre la “almohada”, apareció el demonio con un pico de labranza en la mano, dispuesto a atacarle. Pero, repentinamente, salió huyendo con estrépito y se desvaneció como el humo. El padre solamente logró escuchar estas palabras del maligno: “¡Todo el tiempo me quemas, María! ¿Por qué proteges tanto a este terco?”.
El venerable Nifón tenía una mirífica costumbre: cuando tenía que descansar un poco, colocaba varias piedras en el suelo, y sobre ellas arrojaba una frazada. Después, cantaba algunos de los himnos típicos del enterramiento, como si se estuviera dando sepultura a sí mismo. Finalmente, recitaba de memoria cuatro textos de los Apóstoles y cuatro pasajes del Evangelio, entre otros. Después de esto, hacía tres veces la Señal de la Cruz sobre el lecho y se acostaba, usando una piedra grande como almohada. Usualmente, los demonios venían a tentarle mientras dormía, para impedirle descansar. Entonces, el padre tomaba su bastón y los golpeaba con una fuerza espiritual, riéndose de su debilidad, porque los demonios sufrían cuando el padre hacia esto. Y decían: “¿Qué podemos hacer con este testarudo?”. “¡A veces nos golpea, otras veces nos insulta y se burla de todos nosotros!”.
Una noche cualquiera, cuando el padre recién estaba poniendo la cabeza sobre la “almohada”, apareció el demonio con un pico de labranza en la mano, dispuesto a atacarle. Pero, repentinamente, salió huyendo con estrépito y se desvaneció como el humo. El padre solamente logró escuchar estas palabras del maligno: “¡Todo el tiempo me quemas, María! ¿Por qué proteges tanto a este terco?”.
Con esto, el padre Nifón entendió que la Madre del Señor estaba con él y le protegía. Por eso, cada noche, antes de tenderse, tomaba un poco de aceite de la lamparilla y se ungía la frente, los oídos y todos los demás sentidos. Viendo el poder del aceite santificado de la Madre del Señor y de todos los santos, empezó a repartirlo entre sus conocidos, suplicándoles que se ungieran antes de acostarse. Y esto hacía que el demonio se aterrorizara y desapareciera.
(Traducido de: Viața și învățăturile Sfântului Ierarh Nifon, traducere de Protosinghel Petroniu Tănase, Editura Mânăstirea Sihăstria, Vânători, 2004, p. 43)