La infalible protección de Dios
Aún hoy siguen haciéndose realidad las palabras de Salomón: “El nombre del Señor es torre fuerte, en ella se refugia el justo y está seguro”.
«Si, siendo un incrédulo, sentiste un gozo inmenso cuando el Altísimo entró en tu vida, ¿qué sientes ahora, como creyente y devoto?
Me relataba un conocido mío de Belgrado cómo lo salvó Dios de ser recluido en un campo de concentración: “Nos arrestaron y nos pusieron en fila. Los soldados imperiales comenzaron a blasfemar, a golpearnos. ¿A quiénes? ¡A los hijos de Kosovo! A los que querían recluir, los empujaban a un lado y les gritaban: ¡Adentro! A los otros, a quienes dejaban libres, les gritaban: ¡A la calle! Estos últimos eran los menos. Yo temblaba de miedo. Pero, por dentro, oraba: ¡Señor, sálvame! En un momento dado, sin pensármelo dos veces, abrí la boca y le grité al oficial: ¡Señor, yo tengo un almacén para poder sostener a mi familia! El soldado me tomó del hombro, me sacudió a la derecha y a la izquierda, sin saber qué hacer conmigo… Hasta que ordenó: ¡A la calle!”.
Nuestro Dios Todopoderoso tiene muchos recursos. Él protege y salva de miles de formas a quienes imploran Su auxilio. Aún hoy siguen haciéndose realidad las palabras de Salomón: “El nombre del Señor es torre fuerte, en ella se refugia el justo y está seguro” (Proverbios 18, 10). ¿Acaso ha ocurrido una sola vez que el enemigo se quede ciego y sea incapaz de ver a aquel a quien busca y persigue? El hombre está ahí, frente a él, pero no lo puede ver. ¿Es posible que el malvado pase justo al lado de la casa que anda buscando, sin verla? La esposa de un oficial serbio de Belgrado vivió esta última situación. Veía a los soldados entrar de casa en casa, registrándolas y arrastrando a sus inquilinos afuera. En un momento dado, los soldados entraron a la casa vecina. ¿Qué podía hacer? Llamó a su suegra y a sus hijos, y todos se pusieron a orar ante el ícono del Santo Arcángel. Oraron con lágrimas y suspiros, mientras los soldados golpeaban a los vecinos, a pocos metros de distancia de ahí. Al terminar, salieron de esa casa... y pasaron de largo. ¡Dios no los dejó ver el hogar de aquella familia que estaba orando con tanto fervor! ¡Y su oración no fue en vano! Simplemente, los soldados salieron de la casa vecina y se dirigieron a otra más lejana. Dios no les permitió ver ni la puerta, ni aquella casa unida al Cielo en oración.
En tu caso, fue necesario que una bala te hiriera, para que, al sobrevivir, pudieras sentir la presencia de Dios. Pero los más grandes santos y justos sentían la presencia de Dios hasta en sus pensamientos y en los movimientos de sus corazones. ¡Esmérate en alcanzar esa altura espiritual! Haz todo lo posible por alcanzar ese sutil discernimiento de los caminos de Dios, esa fina sensación de estar ante Él. ¡La paz quede contigo!».
(Traducido de: Episcopul Nicolae Velimirovici, Răspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi, vol. 1, Editura Sophia, Bucureşti, 2002, pp. 104-106)