Palabras de espiritualidad

La iniciativa que Dios espera de cada uno de nosotros

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Resulta que con Dios no funcionan esas ideas simplistas que nosotros mismos inventamos, sobre la justicia y según las cuales nuestra relación con Él no está cimentada en un do ut des contable, en el cual nosotros podemos ser siempre acreedores y beneficiarios pasivos.

En la Parábola de los talentos podemos ver que el hombre que partió a un largo viaje y que antes de irse convocó a sus siervos y les dio un cierto capital, es Dios Mismo. Al siervo que, devolviendo un talento —el mismo que recibió—, dice: “Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste”, el patrono no lo contradice, sino que, al contrario, confirma esa afirmación, repitiéndola (Mateo 25, 26). E, inmediatamente después, siguen estas palabras, aparentemente extrañas: “Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará”.

Resulta que con Dios no funcionan esas ideas simplistas que nosotros mismos inventamos, sobre la justicia y según las cuales nuestra relación con Él no está cimentada en un do ut des contable, en el cual nosotros podemos ser siempre acreedores y beneficiarios pasivos.

Dios cosecha incluso donde no ha sembrado: esto significa que tenemos que darle de lo nuestro, esforzarnos en darle, aun pidiendo prestado, tomando siempre la iniciativa. La actitud de: “¡Como si hubiera hecho quién sabe qué mal!”, “¡Yo no le he hecho mal a nadie!”, “¡Hago lo que puedo!”, “¡Más no puedo hacer!” es —como dicen— una actitud grandilocuente, una cnducta que se halla en contradicción con la Parábola de los talentos y evidencia que no hemos entendido la gravedad del pecado de la pereza y cuán seriamente se toma Dios aquella exhortación: “El Reino de los Cielos se conquista”. Ni con cuánta seriedad y urgencia se nos pida el esfuerzo de lo imposible, si no lo imposible mismo.

Con Dios no se puede bromear: “¡Sal de tu tierra y deja a tu familia y la casa de tus padres!”, “¡Toma tu cruz!”, “¡Sígueme!”, “¡Velad!”, “¡Lavaos y purificaos!”, “¡Ve y llama!”, “¡Levántate, toma tu lecho y camina!”.

No hay cómo quedarse en el mismo sitio; no tiene sentido tratar de ocultarse, ni insistir en el confort y en las figuraciones más dulces; Oblomov es condenado; en la pereza, la enfermedad y la locura nadie puede poner ningún pretexto (y ni siquiera en la justicia: la higuera).

Pero, ¿por qué Marta se siente molesta? Porque la retienen los pequeños detalles, se esfuerza en vano y pierde la compostura: se agita. El Señor nos llama a cosas más serias: la muerte nos acecha, y nosotros, fumando un cigarrillo en la cama (como Oblomov) o nos extenuamos con nimiedades, como si fueran esencias valiosas (¡como Marta!).

(Traducido de: Nicolae SteinhardtJurnalul fericirii, Editura Mănăstirii Rohia, Rohia, 2005, pp. 45-46)