Palabras de espiritualidad

La intercesión de la Madre del Señor cuando más se le necesitaba

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Tal era la devastación causada por ese mal, que cada día morían al menos unas 2 000 personas.

En el año 590, Roma fue azotada por una terrible plaga de peste y tifus. Tal era la devastación causada por ese mal, que cada día morían al menos unas 2 000 personas. Viendo esto, San Gregorio Magno, entonces Papa de Roma, ordenó que se sacara en procesión el ícono de la Santísima Madre de Dios, pintado por el Santo Apóstol y Evangelita Lucas, y que se elevaran letanías y oraciones al Señor para que cesara tanto dolor y muerte.

Cuando San Gregorio, acompañado por una gran multitud, empezó a recorrer las calles de la ciudad con el ícono, implorándole a la Madre del Señor que intercediera ante Dios para que la peste desapareciera y se mitigara la justa ira divina, los fieles pudieron constatar que, ahí por donde pasaba la procesión, se disipaba el denso olor que flotaba en el ambiente, como una nube empujada por un viento fuerte, quedando en su lugar una atmósfera serena, pura y refulgente. Después de rodear toda la ciudad y elevar incontables plegarias, San Gregorio observó que sobre la torre entonces conocida como “de Adriano y Crescencio” había un ángel limpiando su ensangrentada espada, antes de envainarla nuevamente. Maravillados, todos entendieron que la ira de Dios se había apaciguado, gracias a las oraciones de la Santísima Virgen María.

Desde entonces, aquella torre ya no se llama “de Adriano” o “de Crescencio”, sino de San Miguel, en cuyo honor se levantó también una iglesia, en memoria de aquel milagro de la Madre de Dios. Por cuyas oraciones seamos librados también nosotros de la muerte del tormento eterno. ¡Amén!

(Traducido de: Protos. Nicodim Măndiță, Minunile Macii Domnului, Editura Agapis, 2001, p. 262)