Si lo pensamos bien, nuestro Señor Jesucristo, en el relato de Su vida que nos ofrecen los Santos Evangelios, hizo cosas grandes a partir de cosas más pequeñas, incluso insignificantes. Por ejemplo, ¿qué hay más deshonroso que escupir? ¿Y qué hizo el Señor? Escupió. ¿En dónde? En el polvo del suelo.

Después de escupir, hizo un poco de lodo. ¿Para qué? Para ponérselo en los ojos a un ciego de nacimiento. Y el ciego pudo ver. Esta es la forma en que obra el Señor, aun a partir de cosas aparentemente sin valor. Encontramos, pues, en el Santo Evangelio, ejemplos de cómo Dios actúa por medio de cosas insignificantes, a las cuales Él les da un valor especial.

También nosotros parecemos seres insignificantes, pero el valor de nuestra alma hace que tengamos un valor, que seamos realmente importantes, que seamos extraordinarios. Nuestra presencia en la iglesia parece insignificante, pero ante Dios tiene una gran importancia.

(Traducido de: Preotul Nicolae Tănase, Să nu-L răstignim iarăși pe Hristos, Editura Agaton, Făgăraș, 2011, p. 60)