La libertad del primer hombre
Sin libertad no hay mal. Sin libertad, el mal no es sino una fuerza exterior, una coacción, un estado de extraña posesión. Pero, si el mal no es posible sin la libertad, tampoco lo es el bien.
Estaba listo para echarme a llorar. En el fondo tenía razón. La caída del primer hombre era también la mía. Me dolía que Dios no hubiera hecho nada para impedir esa caída. Por ejemplo, darle al hombre un poco más de libertad... Pero, una libertad limitada ya no es libertad. El hombre poseee una libertad auténtica, divina, incondicional. Ni siquiera Dios puede entrar en el hombre, si este no le abre la puerta para recibirle. Como dice Él mismo: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa”. El hombre estaba en un sitio tan alto, que ni Dios Mismo quiso impedirle que hiciese lo que le pareciera bueno. Los Padres de la Iglesia son categóricos: “Ni el Espíritu Santo puede obligar a la voluntad a hacer algo en contra suya. El Espíritu Santo no realiza nada sin la voluntad del hombre”. El hombre cometió el mal, precisamente porque era libre. Porque el mal presupone siempre la libertad. Sin libertad no hay mal. Sin libertad, el mal no es sino una fuerza exterior, una coacción, un estado de extraña posesión. Pero, si el mal no es posible sin la libertad, tampoco lo es el bien. Sin libertad, también el bien verdadero y divino queda excluido. Siendo libre, el hombre cometió el mal. Y fue castigado. Fue echado del Paraíso..
(Traducido de: Virgil Gheorghiu, Tatăl meu, preotul, care s-a urcat la cer, Ed. Deisis, Sibiu, 2008, p. 61)