La lucha constante del hombre por alzarse desde lo material a lo espiritual
El hombre verdadero lucha con toda su energía —espiritual, en primer lugar— por simplificarse la existencia y entender lo que vive.
El hombre, querido hijo, no ha cambiado desde el comienzo del mundo, hasta hoy; lo que ha cambiado son los contextos, han evolucionado las condiciones.
El hombre vive en el cuerpo, pero también en el Cielo. Por eso, el hombre tiene un lado angélico, como también tiene uno humano. Vive en dos mundos al mismo tiempo. La mente en el Cielo y el cuerpo en la tierra. Solamente cuando alcanzamos ese estado, en verdad somos, al mismo tiempo, habitantes del presente, el pasado y el futuro.
El hombre viene al mundo siendo puro, ágil, alegre. Pero él mismo se complica la vida; él mismo se pone el yugo de las pasiones, él mismo se amarga la existencia. ¿Por qué? Porque deja de relacionarse con Dios. Lo único que le importa es la hacienda del vecino, el lujo desmedido que vio en alguna parte.
El hombre verdadero lucha con toda su energía —espiritual, en primer lugar— por simplificarse la existencia y entender lo que vive. El hombre quiere y tiene que luchar para salir del laberinto al que lo atrae el demonio con todas sus tentaciones. El hombre que hace un propósito de vida el acumular bienes y dinero, es un hombre débil, porque ha sido sometido por el maligno. Después de hacerse con una pequeña fortuna, un poderoso miedo a perderla empieza a inundarle. Entonces, en vez de ser el dueño de sus bienes, se convierte en el guardián demente de los falsos tesoros del demonio. En vez de guardar la palabra de Dios, que es una esencia de vida, él guarda los ficticios tesoros del demonio y se somete a este como un siervo.
(Traducido de: Părintele Iustin Pârvu, Daruri duhovniceşti, Conta, 2007, pp. 99-100)