La lucha por la salvación no tiene fecha de caducidad
El hombre no puede detenerse y decir, “ya alcancé la salvación”. Al contrario, debe orar sin cesar, “¡Dios, sálvame!”.
La inmovilidad lleva a la corrupción, a la muerte. Pero la salvación es movimiento permanente: de lo malo a lo bueno, del sueño de la muerte —lejos de Dios— a la plenitud de la vida y a la “entrega en el amor en el camino hacia Dios”. (Génesis 6, 9)
Y sólo así, sin basarse en su propia inteligencia y fuerzas, puede el hombre seguir este camino y trabajar su salvción “con temor y estremecimiento”. (Filipenses 2, 12)
El hombre no puede detenerse y decir, “ya alcancé la salvación”. Al contrario, debe orar sin cesar, “¡Dios, sálvame!”.
(Traducido de: Tito Colliander, Credinţa şi trăirea Ortodoxiei, traducere de Părintele Dan Bădulescu, Editura Scara, Bucureşti, 2002, p. 29)