La lucha que todos libramos a lo largo de nuestra vida entera
El ayuno disipa los apetitos del cuerpo, mientras la oración aparta la vanidad propia del mundo. “Aparta mi vista de las cosas vanas”, dice el salmista.
El demonio lucha encarnizadamente contra nosotros, convencido de que Dios es injusto con él, ya que le condenó eternamente por haber pecado una sola vez. A nosotros, los hombres, nos odia precisamente porque observa cuánto nos ama Dios, Quien ha hecho todo por nuestra salvación. Incluso envió a Su Hijo Unigénito al mundo, Quien aceptó sufrir los peores tormentos por nosotros. Además, estableció los siete sacramentos, que son puntos de encuentro entre Dios y el hombre, especialmente el Sacramento de la Confesión, por medio del cual se nos perdonan todos nuestros pecados. Luego, todo el afán del demonio de llevarnos al pecado, se borra con una buena y sincera confesión. Asimismo, el maligno tiene celos del hombre, porque no le gusta que este ocupe el lugar que él perdió.
En contra de las tentaciones del maligno tenemos dos armas: el ayuno y la oración, que nos ayudan a alejarlo. “Esta clase de demonio solo puede ser echado sino con ayuno y oración”, dijo el Señor. El ayuno disipa los apetitos del cuerpo, mientras la oración aparta la vanidad propia del mundo. “Aparta mi vista de las cosas vanas”, dice el salmista, y así el demonio huirá avergonzado y nosotros saldremos vencedores. ¡Oremos para que Dios nos ayude a derrotar al enemigo, ahora y siempre! Amén.
(Traducido de: Arhimandritul Serafim Man, Crâmpeie de propovăduire din amvonul Rohiei, Editura Episcopiei Ortodoxe Române a Maramureșului și Sătmarului, 1996, p. 143)