La luz de Cristo en un mundo de pecado
Es un auténtico milagro que Cristo, estando libre de toda falta, se sintiera acogido en una sociedad de pecadores.
14 de julio de 1963
Hay un odio irreconciliable contra el bien y una profunda e hiriente repulsión hacia todo lo bello.
Por tal razón, he llegado a preguntarme si lo sorprendente no es el hecho (que indignaba a escribas y fariseos) de que Cristo comiera y bebiera con publicanos y pecadores, sino el hecho de que los publicanos y los pecadores comieran y bebieran con Él.
Es un auténtico milagro que Cristo, estando libre de toda falta, se sintiera acogido en una sociedad de pecadores. Si lo pensamos bien, un milagro aún más grande (y que constituye una prueba más —y mucho más contundente— de Su divinidad) es que esos pecadores aceptaran la compañía de Alguien que no tenía mancha alguna. ¿Cómo fue que lo aceptaron? Al comienzo, porque su extraño convidado hizo de ellos criaturas nuevas. Y, al comienzo, la única explicación de la derrota de un impulso tan brutal del ser humano es que el Señor obró un milagro que, aunque invisible (y fácilmente ignorado) no es menos asombroso que todos los demás.
(Traducido de: Nicolae Steinhardt, Jurnalul fericirii, Editura Mănăstirii Rohia, Rohia, 2005, pp. 308-309)