La luz de Dios ilumina nuestro corazón y nuestra mente, para dejar de anhelar las cosas de este mundo
¡Cuántos santos no exclamaron: “Desde el momento en que te conocí, Señor, se disipó la oscuridad de mi ignorancia y se apagó la llama de mis pasiones”!
Mientras más se amplía el campo de la ciencia, más lo hace también el del desconocimiento. Mientras más crece el número de apetitos satisfechos, más crece el número de apetitos por satisfacer. Solamente Dios, según la medida de nuestra bondad y pureza, puede limitar el círculo de nuestro desconocimiento y reducir el número de apetitos insatisfechos.
¡Cuántos santos no exclamaron: “Desde el momento en que te conocí, Señor, se disipó la oscuridad de mi ignorancia y se apagó la llama de mis pasiones”!
Los hombres “comunes y corrientes” se desenvuelven con facilidad entre las cosas de este mundo. Pero los hombres de pensamiento superior desde siempre se han sentido ajenos y viajeros en este mundo.
Los hombres “comunes” inquieren y encuentran que empezaron desde la basura y el patio trasero de la casa; por eso, valorando desde dónde partieron y hasta dónde llegaron, se sienten orgullosos de lo logrado en lo terrenal.
Por su parte, los hombres “superiores” indagan y encuentran que su origen está más allá del centelleo de las estrellas, en la mente que no tiene límites y la santidad que no se puede describir, y se llenan de humildad y tristeza porque se ven lejos del rostro y la imagen de Dios.
(Traducido de: Sfântul Nicolae Velimirovici, Învățături despre bine și rău, Editura Sophia, București, 2006, pp. 61-62)