La luz que disipa la oscuridad del alma
Estemos atentos, porque la simple lectura del Evangelio no se traduce inmediatamente en una ganancia espiritual.
Una casa cerrada está a oscuras. Si abres un poco la ventana, podrás ver las cosas más grandes. Si la abres completamente, la luz entrará y podrás distinguir hasta los objetos más pequeños. Al entrar la luz del sol, verás también las partículas de polvo flotando en el aire. Cuando entras en una habitación a oscuras, das manotazos de un lado a otro, intentando disipar la oscuridad que, por supuesto, no desaparece. Pero, si abres la ventana y permites que la luz inunde la estancia, la oscuridad se disipará en el acto. Lo mismo sucede cuando leemos la Santa Escritura, las vidas de los Santos y los textos de los Santos Padres, que son la luz que disipa la oscuridad del alma. Esto sucede también con el alma que recibe la luz del Evangelio: puede ver hasta sus pecados más “pequeños”.
Pero, atención, que la simple lectura del Evangelio no se traduce inmediatamente en una ganancia espiritual. El abbá Eusebio decía: “El hombre conoce bien la apariencia de las cosas y, si la Gracia del Espíritu Santo no viene a él, ese conocimiento no le será de ningún provecho. Se parecerá a una casa: si está cerrada, no le sirve a nadie. Es necesario tener la llave para abrirla. Lo mismo ocurre con la inteligencia humana: si no es abierta por la Gracia, el hombre no obtiene ningún beneficio de ella. Un profesor universitario me decía que, al leer las grandes obras filosóficas, las entendía sin trabajo, pero, cuando intentaba leer el Evangelio, si bien entendía las palabras llanas, no lograba penetrar en su sentido más profundo”.
(Traducido de: IPS Andrei Andreicuț, Cuvintele bătrânilor, Editura Reîntregirea, Alba-Iulia, 2004, p. 23)