La Madre del Señor, partícipe de nuestra salvación
Dios quiso que toda la obra de nuestra salvación, realizada por Él, dependiera del consentimiento de la Virgen María al saludo del Arcángel Gabriel, el día de la Anunciación.
Por supuesto que Cristo es el único salvador del mundo. Sin embargo, Dios quiso que toda la obra de nuestra salvación, realizada por Él, dependiera del consentimiento de la Virgen María al saludo del Arcángel Gabriel, el día de la Anunciación. Por esta razón, los oficios litúrgicos ortodoxos nos presentan a la Madre del Señor, en diversas formas poéticas, como partícipe de la obra de nuestra salvación.
Por otra parte, algunos de los Santos Padres griegos afirmaban que, debido a que la santa naturaleza humana de Cristo no tenía personalidad propia, porque subsistía en la Persona del Logos —es decir que cuando Cristo decía “Yo”, ese “Yo” se refería a la misma Persona del Logos—, esta naturaleza humana contenía en sí misma a toda la humanidad, que era, de esta forma, reunida con el Padre. Dando a luz al Hijo de Dios hecho carne, la Madre del Señor parió, de forma potencial, a la humanidad entera, deviniendo así, de una forma muy real, en Madre de todos los hombres. Este nacimiento se vuelve perfectamente concreto en el caso de aquellos que se unen de forma efectiva a Cristo, por medio del Sacramento del Bautismo. Todos estos aspectos son expresados, de una forma especialmente poética, en los cánticos litúrgicos como los siguientes:
“Intercesora en nuestra salvación eres Tú, Oh Madre de Dios, y por eso debemos exaltarte, a Ti que diste a luz a nuestro Salvador y Palabra de Dios, Quien viniera a deshacer la antigua maldición y hacer que brotaran bendiciones sobre aquellos que, con fe, lo alaban a Él”.
“Intercesora en nuestra salvación eres Tú, y también en nuestra inefable restauración [obrada por Cristo], Tú, que naciste del Padre antes que el sol; por medio tuyo, la naturaleza humana se unió con Dios y fue alzada a un trono de gloria. Lleno de resplandor es tu manto y tu gloria es reconocida en todo el mundo, Oh Madre de Dios. Tú eres nuestra honra, y teniéndote como mediadora, junto a tu Hijo y al Creador, todos nos redimimos por medio de tus incesantes oraciones”.
La Madre del Señor manifiesta de forma concreta su maternidad, por medio de sus oraciones y su permanente intercesión por sus hijos, de tal forma que toda la Gracia Divina pasa por sus manos. La oración de la Madre del Señor es tan fuerte y especial, tan distinta a la mediación de los demás santos y tan íntimamente inscrita en el misterio de nuestra salvación, que la Iglesia Ortodoxa no duda, en sus oficios litúrgicos, en invocarla así: “Santísima Madre de Dios, sálvanos”, sin provocar con esto algún perjuicio a nuestro único Salvador.
(Traducido de. Părintele Placide Deseille, Credința în cel nevăzut, Editura Doxologia, Iaşi, 2013, pp.163-165)