La mano de Dios guía la del médico
La enfermedad no es un yugo, ni una señal de que Él nos ha abandonado. Al contrario, es un signo de la misericordia divina.
«Que tu hermana llame al médico o que acuda a los santos son dos cosas que no se excluyen recíprocamente. Dios creó tanto al médico como a los remedios que este te receta. Por eso, no es el médico por sí mismo quien nos atiende y nos ayuda a sanar, sino Dios por medio suyo. Dios ilumina al médico, para que este nos prescriba el medicamento adecuado. Pero, cuando Dios no ayuda a los médicos, estos se ven impotentes para recetar el tratamiento necesario.
Es bueno recurrir al médico, sí, pero también es importante pedirle a Dios y a los santos que lo iluminen para prescribir el medicamento correcto. Así las coas, busca el auxilio de los santos y haz todo lo que hacen los hombres de fe en estos casos (¡en ningún caso acudas a curanderos o hechiceros!).
Sólo Dios lo sabe todo. La enfermedad no es un yugo, ni una señal de que Él nos ha abandonado. Al contrario, es un signo de la misericordia divina. De hecho, todo lo que viene de Dios es señal de Su misericordia, trátese de la enfermedad, la pobreza o la tribulación.
Que tu hermana con mucho fervor, pero sin pedir: “¡Señor, dame salud!”, sino: “¡Que se haga Tu voluntad, Señor! ¡Gloria a Ti! Si Tu quieres, Señor, sáname; pero si no quieres, ¡que se haga solamente Tu voluntad! Creo que esta enfermedad es buena, tal como buena es también la salud…”».
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Sfaturi înțelepte, traducere de Cristea Florentina, Editura Cartea Orodoxă, pp. 218-219)